Predadoras.
El cigarro se consumía entre los dedos de Raquel.
—«La noche se hace larga cuando no esperas nada y tan solo te queda, precisamente eso, esperar, esperar que un milagro, o el destino, te saque de esta rutina, de esta vida sucia y sin esperanza, donde el único amor que esperas es el de un tipo al que no conoces. Por un puñado de euros te doy mi alma, forastero».
Esperaba que llegara, un tipo más, que pagaba por adelantado. Esto era lo bueno de las nuevas tecnologías. ¿Lo malo? Que no sabías qué o quién era hasta que le abrías la puerta. Tampoco era tonta y nunca quedaba en su casa, tenía un apartamento en las afueras, que había pagado con su cuerpo y lo usaba exclusivamente para estos menesteres.
Llegaba tarde, pero tampoco le importaba, había pagado por una hora y una hora tendría, llegase o no, y ahora mismo le quedaba media, luego debía irse.
Por fin llamaron a la puerta.
—Está abierta, pase. —Raquel ya estaba medio desnuda, tan solo con la ropa interior y unos zapatos de tacón, esos nunca se los quitaba. Estaba de espaldas a la puerta y de frente al espejo. Escuchó como se acercaba, pero esos pasos no eran de un hombre, sonaba a tacones, vio como su reflejo en el espejo, y ahí estaba, una mujer muy guapa y elegante, llevaba un vestido rojo, unos zapatos del mismo color y los labios y el pelo haciendo juego también con el vestido, unos pendientes que parecían caros, junto con su collar y pulsera y unos anillos muy finos. Cogido de su mano izquierda un bolso de mano.
—Buenas noches, siento llegar tarde.
—¡Oh! —Su cara era un poema, a pesar de llevar años en el gremio, jamás había estado con una persona de su mismo sexo.
—¿Te molesta que sea una mujer?
—No, no me malinterpretes, es que nunca lo he hecho antes con una.
—¡Mmmm! Interesante, por decirlo así, eres virgen en esto del sexo femenino.
La mujer fue despacio y se colocó detrás de Raquel, puso las manos sobre sus hombros y las deslizó hasta llegar a los pechos, la besó en el cuello y le susurró.
—Te voy a hacer sentir lo que nadie ha conseguido —le susurró al oído. Ese susurro era pura magia. Un canto de sirenas, para sus oídos.
Raquel cerró los ojos y lo olió. No, no era el perfume que llevaba, precisamente se había impregnado de él para camuflar el verdadero olor. Ese olor a putrefacción era inconfundible para Raquel. En un rápido movimiento la agarró por las muñecas, se las dobló y tiró hacia arriba, empujó con su cuerpo el de la mujer y tiró de sus brazos hacia delante, bajando su espalda y empujando con su culo, la derribó quedando en el suelo boca arriba, levantó su pie derecho y le clavó el tacón en el cuello. El grito de la mujer fue desgarrador, su verdadero ser, salió, era un demonio salido del inframundo, un vampiro con sed de sangre.
—Hija de mala madre, querías chuparme la sangre, pero no sabías que soy más rápida que tú y llevo más años que tú matando a vuestra especie.
—Sí que lo sé, por eso hemos venido preparados.
—¿Hemos?
—Sí, hemos —afirmó una voz a su espalda y su cabeza se separó de su tronco.
—Es una lástima, que tan bella mujerlobo, tenga que morir de esta manera.
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