Una nota en el espejo




Un nuevo día llega, un nuevo amanecer nos descubre. Despierto sin miedos, sin sueños. Esa mañana que nos libera, esa mañana que nos seduce, abro de par en par mi alma, y entra esa luz que nos abraza, nos rompe, nos compone y descompone.
Pronto llegará la noche y con ella los sueños, que nos acogen y recogen, nos acunan y cuidan, pero al despertar otros sueños nos acogerán, sueños verdaderos, sueños sinceros, sueños de los que no quiero despertar.
La luz se esparce por la habitación, parece romper las leyes del universo, y me parece ver cómo viaja lento a través de la estancia hasta llegar donde yace el cuerpo de una hermosa mujer desnuda. Suave, la luz se desplaza, como si el tiempo se hubiera detenido, apoyándose en sus caderas y deslizándose por su cuerpo, como temiendo despertarla.
No recuerdo muy bien cómo he llegado hasta aquí ni de quién es el cuerpo que me acompaña. Su piel es blanca, parece dormida.
Las imágenes se me suceden, como fotogramas. Y como entre dulces y cafés, el día pasaba tan fuerte, tan frágil, tan lento.
Apenas tengo recuerdos de quién soy. Tan solo una foto en blanco y negro de mi vida. Veo las imágenes pasar: tiempos con mis padres, momentos entre risas en el barrio, amigos que se van, más lágrimas que risas, sombras entre luces, un adiós que no esperaba, agujas en la piel, hielo en la bebida, cuerpos entre sábanas y dolor en el alma.
Las imágenes se escapan, como el calor por la ventana. Intento despertar a la mujer. Mi cuerpo se resiste.
Me miro y no me encuentro. Hay una nota en el espejo. Es mi letra, esa sí la reconozco. Es una despedida.
Ahora lo recuerdo: ese es mi cuerpo.

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