El sótano, el balón y …




… Dani miraba otra vez la puerta que daba al sótano. El balón se había clado por esa claraboya abierta. El resto del grupo esperaba que entrara, y ahora no iba a mostrar debilidad. Tenía, debía demostrar quién era el líder, quien mandaba en el grupo, el macho alfa.
Miró a sus amigos, estos esperaban. No podía dudar y entró llevando una mochila, en la que pensaba meter el balón. La había vaciado de libros para ello.
Es la oscuridad cuando, junto con el silencio, se alimenta de nuestra soledad, y se devora a nuestros sentimientos, y es en ese momento cuando los fantasmas de nuestro pasado nos miran, nos hablan, nos susurran a nuestra espalda. Y es entonces cuando eres consciente de que han estado ahí, toda la vida y nos han enseñado nuestro mundo con sus ojos, sin dejarnos decidir, obligándonos a bajar la mirada, como si la tierra nos llamara, hasta que se apoderan de nuestros más oscuros secretos y nuestros recuerdos resultan velados por esos miedos, que nos abrazan y nos hacen creer que están de nuestro lado, que nos pueden cuidar, pero es solo un sueño del que no te dejan despertar.
Es en esa oscuridad donde los sentimientos afloran, porque es en lo único en lo que te puedes aferrar, como si fuera una balsa de salvamento.
El silencio era aterrador, parecía gritar. El pequeño haz de luz del móvil iluminó lo que tenía de frente. Unas cuantas cajas apiladas. Tanteó con su pie, para ver si aguantaría su peso. No es que fuera gordo, pero a sus quince años parecía tener veinte; había dado un estirón tremendo.
Al pisar las cajas de cartón, se hundió y de ellas escaparon cientos de cucarachas, tuvo ganas de gritar, pero se contuvo. Sus amigos esperaban.
Algo subía por su pierna. Alumbró y una enorme araña parecía mirarle. Le dio un golpe con el móvil. Parte del pegajoso arácnido se quedó pegado en el móvil y la otra a su rodilla, mientras se quejaba por el golpe.
Salió de las cajas corriendo y se tropezó contra la escalera de acceso a la casa. Cayó de espaldas encima de algo, era su balón. La espalda se había retorcido de manera casi imposible, le dolía tanto que apenas podía ponerse en pie y si eso fuera poco, el teléfono había salido despedido.
Estaba tan dolorido y asustado que metió el balón y se dirigió hacia la luz que se veía al fondo. Supuso que era por donde había entrado, esta vez gritó pidiendo ayuda. Los amigos estiraban los brazos para ayudarle a subir. Fue en ese momento cuando la luz del sótano se encendió.
Todos salieron corriendo al verla, dejando al pobre Dani.
Un hombre viejo y enjuto estaba frente a él.
—¿Qué haces aquí? —preguntó el hombre. Su voz era cavernosa.
—He… venido…, a, a, a… por mi balón —tartamudeó Dani.
El hombre se agachó y entregó a Dani el balón, que descansaba a sus pies.
—Aquí lo tienes. Y ahora. ¡Vete! —dijo señalando las escaleras con su huesudo dedo.
Dani no recordaba cómo había salido.
Cuando se reunió con sus amigos, enseñó su balón, el que el hombre le había dado.
—¿Y entonces? — le preguntó Agus—. ¿Qué llevas en la mochila? …

Comentarios

Entradas populares de este blog

A un palmo de distancia.

Una pareja más.

Un ser infinito.