Sin despedidas.




Es esa sensación de cuando pasas por un lugar donde tienes ese recuerdo.
Más que un recuerdo sientes como todo a tu alrededor cambia y regresas al día en que todo sucedió o a la edad donde todo pasó. Porque más que recordar, regresas, das un salto al pasado. Notas que todo lo que te rodea se transforma y es tal y como lo recordabas. Por un segundo, por una décima de segundo, por una milmillonésima de segundo, vuelves a ese día, a esa sensación. Un segundo después intentas desplazarte de nuevo, pero no puedes, y si lo haces el viaje es más corto, y cada vez que lo intentas la sensación se va recortando, hasta que ya no te es posible hacerlo. Y eso te frustra.
Creo, que no se recuerda, que se viaja al pasado por un segundo.
Es ahí, en esa esquina, donde los recuerdos se vuelven sensaciones, donde la realidad es otra, es ahí, donde viví esa despedida de la que nunca me deshice, la despedida que nunca hice y que nunca me abandonó.
El tiempo se detuvo en ese instante, ese momento quedó apresado en ese agujero espaciotemporal del que no es capaz, no soy capaz de escapar.
Ese adiós que nunca se produjo es lo que hace que regrese, una y otra vez.
La gente pasa a mi lado y tengo la sensación de que el tiempo se ha ralentizado y la lluvia que cae sobre ellos viaja a cámara lenta, como fotogramas en blanco y negro, y es en ese momento cuando la veo.
La llamo, extiende su brazo. Me sonríe como lo hizo, como lo hace. No lo vio venir, no lo ve venir. Se escucha un frenazo. Su pelo ondea al girar su cabeza para mirar. La lluvia, la maldita lluvia. El coche no para, se desliza y…
Otra vez se fue, se va, sin despedidas…

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