Miedo, asco, odio.
… La noche transcurre tranquila, eso es lo que Clarisa cree, pero todo está revuelto. Los pensamientos de ella se entrecruzan. El Ambiente está cargado de amargura y tristeza. Los recuerdos, en realidad de nada sirven, pues nos enseñan, pero no nos dan la solución, ni siquiera sabemos si son ciertos o no. Muchos recuerdos están alimentados por nuestros odios, miedos, amores, rencores y deseos, y nuestros cerebro nos muestra lo que queremos ver, lo que deseamos que hubiera sido y lo que un día nos contaron. Clarisa se seca los ojos y en un acto reflejo se esconde de sus pensamientos, como si su hermano pudiera verlos. Y le cuenta. El aita, siempre el aita: Llega borracho. Lo ve venir, lo huele, es el amargo sabor del alcohol el que deja tras de sí. Se palpa, se toca, se mide en miedo y en asco, cuando su mano se aferra a ella. Nota ese aliento a rancio, alcohol y deseo. Siente esa mirada que se escurre dentro de su falda, ese demonio que le llama hija, ese monstruo que se cu