Nada puede ir mal.




… Sabe que nada puede ir mal, que tan solo tiene que salir de casa, traspasar la puerta, salir al portal, la calle está ahí, el mundo es solo un trozo de roca flotando en la nada. Sabe que es solo eso, que una vez pase de la puerta nada puede pasarle, pero duda. Es la acción de hacerlo lo que le impide respirar, es el solo hecho de pensarlo lo que le ahoga, lo que hace que su corazón dance loco dentro de su escuálido pecho. Un paso más, se dice, un paso más y lo habrás hecho. Dos pasos y ya no recordarás el primero, tres y serás libre para empezar a soñar que conseguirás llegar a la tienda, y una vez allí podrás respirar tranquilo, al menos hasta el regreso.
Su pie traspasa ese muro mental y, corre, no se lo piensa y corre. La tienda está lejos, más de lo que creía, o al menos eso le parece a él, es como en esos sueños que corres y no te mueves del sitio, pero hay que seguir haciéndolo, si no quieres que te agarren. Cuando llega al lugar señalado descubre que está cerrado. La maldita puerta no se abre, un cartel anuncia que no se abrirá hasta dentro de diez minutos. Necesita recuperarse o echar a correr de vuelta a casa. Siente la sangre fluir en sus sienes, nota como hierve, pero sus manos están frías, parecen carámbanos de hielo a punto de romperse. Quiere girar sobre sus talones, pero sus pies están amarrados al ardiente suelo. Ve su imagen reflejada en el cristal. Ya no se reconoce. Quiere dejarse caer, quiere desaparecer, cuando de pronto ve una figura tras él, parece observarle, ahí, plantado, como un fantasma a punto de saltar, no quiere girarse, no puede hacerlo, solo mirar y esperar, ¿esperar a qué? El fantasma se va acercando y su corazón quiere escapar, sus manos se han adherido al cristal de la puerta y solo puede mirar, sin actuar; se acerca un poco más y se pega más al cristal; quiere gritar, pero su garganta es de cartón, no le queda saliva, sus labios se han sellado, el sudor corre por su frente hasta sus ojos, como una cortina. Una mano se iza por encima de su hombro, está a punto de tocarle, su corazón da un último esprín, la mano cae como un fría losa de marmol sobre su hombro y su corazón se para, le da tiempo a escuchar al dueño de la tienda decirle que necesita que se aparte.
Nada podía salir mal, se dice…

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