El hombre vestido de Armani (3° y última).
Esta vez sí. Se asomó a la ventana decidida, ya era igual, a estas alturas el hombre de negro ya sabía que ella lo había visto. —¡La cabina! —Dijo en voz alta. fue a su mesita y se hizo con todas las monedas que pudo. Salió de nuevo. Miró en todas direcciones, pero no vio a nadie. Era su oportunidad — quizá el señor Armani estaba ocupado en el portal—. Pensó. Respiró tres veces profundamente, salió fuera e hizo la misma operación que en la anterior ocasión. La calle seguía vacía. Corrió hacia la cabina. —¡Malditos niñatos! —Maldijo a la noche—. ¡Por qué no os arrancáis los pelos de los huevos, bastardos hijos de puta! —A la cabina le faltaba el auricular. Lo habían arrancado. Y de nuevo se dio cuenta que había cometido el mismo error que en el salto anterior. Se había olvidado de coger las llaves. —¿Dónde había otra cabina? Piensa, puta estúpida —se maldijo—. Sí, precisamente donde se encuentran esos cadáveres. ¿Y si el señor Armani sigue ahí? Estaba paralizada, no podía dar