Nada queda tras el olvido
La vida pasaba despacio entre risas y llantos. Al cobijo del soportal, con la música de Jetro Tull, Santana, David Bowie o Supertramp sonando en un viejo walkman que situábamos entre nosotros. El tiempo no existía, la vida se agarraba y se consumía, como se consumían los porros, saboreando cada calada. Junto a la parada de taxis el camión de reparto, cada noche lo dejaba estaciondo. Era una oporunidad. Nos colábamos en él. Sólo había que levantar el toldo y dar con el lugar donde se escondían los batidos. Creimos tener el mundo a nuestros pies, creimos ser inmortales, creimos que nunca acabaría, pero llegó el momento de la despedida, Siempre llega. «Todo encuentro es el comienzo de la despedida», dice una máxima Budista. No hay nada más cierto. El primero en irse fue (…), se marchó sin más. Sin despedirse. Una noche mientras degustábamos una botella de leche, los batidos se habían terminado, el chofer del camión lo vio. Fue tras él y al cruzar la calle… zas, de un plumazo.