Santuario.
Estaba más cerca del Otromundo que de este. Había sufrido profundas heridas y tras la batalla no había vuelto a ponerse en pie y menos aún había cogido la espada. No sabía si podría sujetarla y pelear con ella. El guerrero zurdo, Rolando, se encontraba caído frente al enemigo. Su ejército había sido derrotado y ya no quedaba esperanza. Caminaba bajo la lluvia, sin prisa, recordando lo que le había llevado hasta ese lugar, ese santuario, sabedor de que en la batalla no hay lugar para lamentaciones ni miedos. Un guerrero debe serlo hasta más allá de la muerte. Avanzaba con sus oscuros pensamientos. Sabiéndose solo. El barro le impedía seguir. Se deshizo de su armadura y dejó a un lado a su montura. Un recuerdo se pierde en su mente. En ese santuario yacen los ancianos de su pueblo, los que dieron la vida por ellos. Parecen decirle que no vale la pena, que ellos ya no siguen entre los vivos, que espere a reunir fuerzas. Escrito está que pertenecemos al lugar donde nuestra al