Todo lo que mi vista abarca.
La luz se filtraba por la ventana y la habitación se iluminó con la tenue luz del atardecer. Eran los últimos rayos, que como mi esperanza, iban desapareciendo. Su cara se iluminó con la llama de una cerilla y una fina lámina de humo ascendió impregnando del aroma a tabaco toda la habitación. Me aferraba a la idea de que ella no me dejara, como ese fino humo a su cigarro, sin esperanza, pues tarde o temprano se apagaría. Se acercó, y a cada movimiento de cadera esparcía el aroma de esa fragancia que tanto le gustaba y a mí me volvía loco. Como música de fondo se escuchaba la inconfundible melodía de Woman cantada por John Lennon. —Es inevitable —dijo en un susurro casi inaudible. Sus largas uñas acariciaron mi pecho, que no dejaba de subir y bajar al ritmo de un corazón que lo golpeaba, en un intento de escapar de su jaula, como queriendo irse con ella y abandonar mi cuerpo que ya estaba moribundo. —Aún lo puedo arreglar. —Me miró y parecía que lo hiciera por primera vez.