Bloody Mary.
La brisa marina se enreda en su mirada, sube, se deja caer, para alzarse cual mariposa, aleteando frente a sus ojos, y entre los remolinos de su pelo. La mujer se desliza entre las mesas que se alinean en la acera, como si se tratara de fichas de dominó. Se sienta, no se deja caer sobre la silla, sino que parece que es la silla la que se alza bajo ella. el camarero se esfuerza por ver su cara, pero parece esconderse bajo el ala de su sombrero; la luz de las farolas parecen no quererla molestar y sus sombras se esparcen sobre su piel. Sus manos son tan blancas que parecen no haber visto la luz del día, pero gráciles y con estilo, se mueven a través del aire, son el aire. El camarero se acerca y siente el misterio que la acoge, la envuelve. —Buenas noches —le saluda y su voz suena como temiendo molestarla. Ella le mira, aunque él no vea sus ojos, que por un momento es lo que más desea, y ese deseo se vuelve obsesión. El intuye, desea, que su color sea el de la esmeralda, pues