Predadoras.
El cigarro se consumía entre los dedos de Raquel. —«La noche se hace larga cuando no esperas nada y tan solo te queda, precisamente eso, esperar, esperar que un milagro, o el destino, te saque de esta rutina, de esta vida sucia y sin esperanza, donde el único amor que esperas es el de un tipo al que no conoces. Por un puñado de euros te doy mi alma, forastero». Esperaba que llegara, un tipo más, que pagaba por adelantado. Esto era lo bueno de las nuevas tecnologías. ¿Lo malo? Que no sabías qué o quién era hasta que le abrías la puerta. Tampoco era tonta y nunca quedaba en su casa, tenía un apartamento en las afueras, que había pagado con su cuerpo y lo usaba exclusivamente para estos menesteres. Llegaba tarde, pero tampoco le importaba, había pagado por una hora y una hora tendría, llegase o no, y ahora mismo le quedaba media, luego debía irse. Por fin llamaron a la puerta. —Está abierta, pase. —Raquel ya estaba medio desnuda, tan solo con la ropa interior y unos zapatos d