Historia de una venganza
Marisa se encontraba sentada en la maldita silla de ruedas desde hace unos meses, apenas podía comer y poco más. Todo su cuerpo estaba paralizado, ni tan siquiera podía hablar. Un desgraciado accidente, le habían dicho, pero dos meses después del "accidente" le habían contado que alguien intentó atracarle estando en casa y que le clavaron un cuchillo de cocina en la espalda cortándole la columna vertebral y el cuello por varios sitios y que no saben todavía como, seguía viva. Luego la arrojaron por la escalera. Vivía en una gran casa. Su marido se ganaba muy bien la vida como abogado en un conocido buffet de la ciudad y ella había heredado una gran fortuna de su familia. Gracias a eso, podían permitirse los cuidados de una enfermera mientras su marido estaba ausente. Ahora se encontraba en la cocina mientras observaba, sin poder hacer nada por evitarlo.
Su esposo estaba amando apasionadamente a una joven, la había visto alguna vez, pero no recordaba donde, encima de la mesa, delante de sus narices, casi podía olerles, tenia su cabeza delante mientras le hacía el amor. Solo podía hacer una cosa. Llorar.
Nada podía hacer. Se dijo a sí misma que ya no lloraría más, que él no la vería llorar, la enésima vez que hicieron el amor delante de ella.
- Qué hija de puta ¿Te gusta lo que ves?- Le había dicho la última vez que lo hicieron. No entendía nada ¿Que había pasado?
- Hola cariño.- Le dijo la última vez.- Tenía planeado haber acabado con tu vida, pero esto es mejor, te haré sufrir hasta que te mueras.
¿Que había pasado con su marido? No recordaba nada que pudiera hacerle pensar que su marido no la amaba, pero era evidente que ya no lo hacía, si es que alguna vez la amó.
Pasó el tiempo y Marisa se fue resignando a ver aquellas escenas y se juró que algún día lo pagaría. El médico por otra parte no le auguraba mucho futuro, toda una vida como un vegetal y su cuerpo se iría deteriorando por la falta de movimiento.
Marisa se metió en su propio universo, a falta de no poder hacer nada más, imaginaba durante horas, que de alguna forma, una pequeña señal desde su cerebro atravesaba su columna y buscando otro nervio, otra forma de llegar hasta sus extremidades, buscando un puente que llegue esa señal hasta donde ella quiere. Y así pasaba horas y horas.
Y la vida en ocasiones busca alternativas y cuando parece todo perdido encuentra otros caminos y el cuerpo en ocasiones encuentra la forma de autocurarse y cuando todo parece perdido y parece que no hay salida una pequeña chispa surge y hace que la vida cobre sentido y que hay una pequeña salida, una pequeña esperanza y es la causa de que quieras seguir respirando, continuar viviendo, eso es lo que le pasó un año después a Marisa. Un pequeño movimiento del dedo meñique de la mano izquierda hizo que Marisa recuperase la esperanza. En un principio pensó que había sido una ilusión, que se lo había imaginado. Pero no, una hora después volvía a moverlo, y volvió a hacerlo media hora más tarde y así durante todo el día, no se cansaba de hacerlo, una gran sonrisa apareció en su cara.
- ¿De que te ríes puta?- Le dijo su marido cuando la vió al llegar a casa.- ¿Eres feliz?
Marisa dejó de reír, no quería que se enterara, seguiría al día siguiente. Al día siguiente ya no tenía problemas para moverlo y pensó en mover otro dedo y dos días después consiguió hacerlo, esta vez el anular de la misma mano. En un mes podía mover todos los dedos de la mano izquierda y en dos meses la mano y el antebrazo. En tres meses todo el brazo. Nadie podía saber que lo podía hacer y lo ocultaba, solo se ejercitaba cuando estaba sola.
Después, una vez que había aprendido como hacerlo fue más fácil y el otro brazo lo hizo en la mitad de tiempo. Los pies y las piernas fueron más complicados, primero había perdido la fuerza muscular para sujetarla. Pero primero fueron los dedos y los pies y la parte baja de las piernas. Luego fué levantándose paulatinamente, agarrándose a la silla y muy poco a poco, pasaría un año más hasta que pudo levantarse y poder andar. Por otra parte el médico no podía creer lo bien que la veía.
- Marisa, no se como lo consigues, pero cada vez te veo mejor. Es un milagro. No hubiese dado un duro por ti hace un año, sin embargo aquí estas.
Su marido por otra parte continuaba con sus insultos y haciendo el amor delante de ella con aquella mujer.
Cada vez había más odio en el corazón de Marisa y ahora sabía que podía hacerlo.
Lo haría, no sabía como, pero lo haría. No pretendía nada más que una venganza dulce, pero algo pasó. Un día su marido volvió muy cabreado, algo había pasado, por lo visto su novia le había dejado y la tomó con ella. La golpeó con fuerza, no se atrevió a moverse, no quería que se enterara de lo que había logrado, le golpeó con tanta fuerza que quedó sin sentido, cuando despertó estaba la enfermera en casa.
Después de eso le cogió vicio a eso de golpearla y lo hacía con asiduidad, no la dejaba marcas. Ella aprendió a no quejarse y a disimular de forma que parecía no sentir nada. Comenzó a traer distintas mujeres a casa, la mayoría parecían putas o eso le pareció a Marisa.
En la última paliza se dijo que ya no aguantaba más y esperó la oportunidad.
Internet puede ser maravilloso en ocasiones, pidió en una pagina que encontró, unas cápsulas que prometían dormir a un elefante y en menos de una semana las tenía en casa, lo pidió a nombre de su marido y cuando la enfermera lo recogió no preguntó y dejó el paquete en su habitación, Marisa lo cogió y la enfermera pareció olvidarse del paquete y supuso al día siguiente que lo habría visto y no dijo nada.
Un sábado por la noche apareció el marido con otro de sus ligues. Marisa ya había llenado la botella de vino de la Rioja que a su marido tanto le gustaba. Cuando el vino hizo su efecto en los dos amantes comenzó la venganza de Marisa.
Se levantó de la silla de ruedas agarró a la mujer la arrastró al wáter y le cerró la puerta poniendo una silla de parapeto. Agarró un cuchillo de cocina y esperó a que su marido comenzara a abrir los ojos.
- Hola hijo de puta ¿Te gusta lo que ves?- Le dijo mientras se erguía con el cuchillo encima de él.
- Pero... - Comenzó a decir su marido en el momento que Marisa le hundía el cuchillo en el pecho y otro y otro y otro más, hasta que no pudo más y acabó extenuada. Estaba llena de sangre por todas partes, se tumbó en el suelo cerca de su marido.
Cuando la enfermera llegó y vio la sangría avisó a la policía. La enfermera y el médico certificaron que Marisa estaba tetraplégica desde hace mucho tiempo. Nunca supieron que había pasado, a la mujer del wáter la dejaron libre. Dos años después, el médico de Marisa firmaría el alta, un milagro diría su médico, se había curado y no se lo explicaba.
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