La última carrera.
Sentía el sonido de las hojas secas al andar, ese sonido que te relaja. La lluvia no había aparecido aún y el otoño seco había hecho que los árboles expulsaran su revestimiento con la ayuda del fuerte viento que provenía del sur. Un manto rojo se repartía por todo el paseo y se presentaba ante mí virgen de pisadas que lo hubieran alterado, sólo yo hacía vibrar el aire al pasar por encima de la alfombra natural. Por el este los rayos de un perezoso sol asomaban tímidamente y se reflejaban en el sinuoso río que discurría a mi lado. Un cormorán se acicalaba las plumas, y un par de gaviotas remontaban el río emitiendo un escandaloso canto que rompió mis pensamientos. Giré mi cuerpo para seguir su viaje y pude ver que una tormenta se acercaba por el oeste. Pronto me alcanzaría y daría fin a mi paseo. Las hojas quedarían empapadas y ya no emitirían ese sonido que tanto me agradaba. Se me ocurrió que antes de que eso sucediera podría recorrer todo lo que me dieran mis piernas, sab