Rompiendo cadenas
Más alla de las montañas, donde mar y cielo se confunden, donde el sol se esconde y la luna triste danza. Existe un castillo de altas torres donde mora una princesa, lo custodia un dragon y dos soldados montan guardia. Día y noche la protegen de los males que el mundo acoge.
Un bravo caballero surca el prado a su ecuentro, no porta armadura, son arapos lo que lleva. Su escudo es de madera y su espada no luce en la noche. No lleva un fiel escudero ni tiene sangre noble, pero su corazón es el de un caballero y un gran valor posee.
Lo ven llegar una fría noche y entre la negrura el dragón lo saluda con el fuego lo intimida.
Carga contra la bestia, que al ver éste a un ser tan enclenque se sienta. No comprende como alguien tan pequeño piensa conquistar un castillo que ya tiene dueño.
Lo deja pasar y se ríe, el soldado lo saluda y hacia las altas torres se dirige.
Los dos soldados ven al caballero que pasa furioso y dispuesto a pelear con ellos. Ellos al ver que a traspasado las puertas, creen que al dragón ha vencido y se rinden sin entrar en contienda.
Sube presto hasta la torre y a la Dama saluda.
—Ya está aquí tu fiel escudero. Ya queda libre la princesa.
—Yo no estoy presa, no salgo de las mazmorras, pues no sé lo qué en esas tierras me espera. Y mi señor me protege de lo que hay ahí fuera.
—¡Ay, Mi Señora! Que no sabe que fuera mil y una aventuras la esperan, pero es tan peligrosa la ignorancia como la peor de las cadenas. Venga conmigo, Mi Dama, yo le dejaré libre para que sea usted la que dicte si llevar las cadenas o la llave.
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