Dulce hogar.
En la habitación se siente la humedad que les hace temblar. El frío se instala en sus huesos y su arrugada piel se estremece. El vello de la espalda se eriza, como la de un gato. En el exterior un relámpago alumbra la entrada y un rayo se deja ver lejos de la casa, segundos después retumba un trueno. —Jorge. —La mujer, postrada en una silla de ruedas estira el brazo hacia su marido, que parece hipnotizado por el temporal—. Cierra la ventana. Va a empezar a llover. Las cortinas vuelan hacia dentro, atraídas por el aire cálido. Jorge se levanta apoyándose en los brazos de la mecedora. Esta cruje, igual que sus cansados huesos. Mira hacia el suelo y ve el rastro de unos zapatos mojados al pisar sobre la alfombra. En las sombras de la cocina se dibuja la silueta de un fornido hombre y una frágil mujer, así como la figura de un niño que se esconde tras ella. Jorge se gira y se dirige a Luisa. —Creo que tenemos visita, Luisa. Ella inclina la cabeza para mirar tras el encorvado c