Esperando el perdón.




Yacemos bajo el álamo centenario, bajo su sombra nos cobijamos, esperando que sus largos tentáculos nos arropen, soportando el largo paso del tiempo.
Besaba sus labios, ella cogía mis manos.
Y así, entre sueños de enamorados, pasábamos el tiempo esperando que el alba nos acogiera, tras el eterno descanso de dos ánimas a las que maldijeron a yacer juntas y separadas por el tiempo. Eternamente enamoradas. Eternamente olvidadas.
Yo, proclamo, que si soy culpable de algo es de querer vivir, de amar y ser amado y de no soportar el dolor, que de la daga de un traidor, extrajo la sangre de mi amada y del fruto de nuestro amor.
Vivo entre páramos de muerte, somos ánimas sufriendo la vida eterna. Somos culpables de amar, culpable de tenernos, de poder querernos, de soñar con una vida mejor.
Yo, que he muerto y he resucitado, tantas veces como el amor me ha dejado. Yo, que el castigo de una mano traidora he pagado, he sufrido y tras mil años sin saber dónde mi amda se encontraba, un día amaneció el destino mirándome, y al oído me habló: «Si de tus errores te arrepientes, tu amada contigo eternamente estará».
Pero yo no escucho, yo sólo en una dirección camino, y doy lo mismo que exijo y, sí, soy culpable de amar, pero no me rindo, pues mi enemigo deberá también pagar y tras mi clemencia nos encontramos, y con mi mano muerte di al malnacido y tras él a su mujer, y a sus descendientes maldije.
El castigo ahora cumplo: que mi amada y yo nunca juntos hemos de estar, que tan solo con el roce de la luna y el sol nuestras almas se unirán.
Ahora cumplimos sentencia y mis enemigos, yacen bajo mis pies, para que nunca vean la luz del sol y sus almas se pudran esperando el perdón.

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