Dulce hogar.




En la habitación se siente la humedad que les hace temblar. El frío se instala en sus huesos y su arrugada piel se estremece. El vello de la espalda se eriza, como la de un gato.
En el exterior un relámpago alumbra la entrada y un rayo se deja ver lejos de la casa, segundos después retumba un trueno.
—Jorge. —La mujer, postrada en una silla de ruedas estira el brazo hacia su marido, que parece hipnotizado por el temporal—. Cierra la ventana. Va a empezar a llover.
Las cortinas vuelan hacia dentro, atraídas por el aire cálido. 
Jorge se levanta apoyándose en los brazos de la mecedora. Esta cruje, igual que sus cansados huesos.
Mira hacia el suelo y ve el rastro de unos zapatos mojados al pisar sobre la alfombra. En las sombras de la cocina se dibuja la silueta de un fornido hombre y una frágil mujer, así como la figura de un niño que se esconde tras ella.
Jorge se gira y se dirige a Luisa.
—Creo que tenemos visita, Luisa.
Ella inclina la cabeza para mirar tras el encorvado cuerpo de Jorge.
—Ya era hora. Llevábamos… cuánto, cariño, ya no recuerdo cuánto tiempo hace que no recibíamos visita.
Los tres intrusos andan casi sin hacer ruido, como intentando no molestar a los moradores de la casa. La mujer en la silla de ruedas sonríe. Ya estaba deseosa de ver a gente joven por el lugar. El anciano se aparta para dejarles pasar.
La niña corre y se sienta en el sillón donde minutos antes descansaba el anciano.
—¡No saltes! —le reprocha su madre—. No sabemos si tiene dueño.
El hombre se inclina en el hogar y lo enciende. La leña está preparada, aunque la cubra una espesa telaraña.
—Lleva mucho tiempo deshabitada —comenta él—. Creo que a sus dueños no les importará mucho.
El anciano se acerca con paso inseguro hasta su mujer. Esta le sonríe y él la abraza.
—Esperemos que tarden mucho en ir al cobertizo y descubran nuestros cuerpos. Parecen una buena familia. Ojalá que duren más que la anterior.
Contemplan felices a los recién llegados como se acurrucan frente a la chimenea para darse calor. Se reunen con ellos. El crepitar del fuego les hace recordar momentos felices y se sienten acompañados.

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