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Mostrando entradas de enero, 2024

La leyenda y la luna.

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Noche de leyendas, de cuentos y de solitarias almas. Noches de placeres, de amores fingidos, fugaces y eternos encuentros. Noches de melancólica sonrisa. Mujer de luna y hombre de fuego, espíritus en lucha, suspiros en esta noche que no tiene fin, llamas en el cuerpo y hielo en el alma. Rozan el gélido aire con sus alas; te atrapan y sueñas, y las estrellas contarán de ellos a la luna llena. Las ruinas de esta ciudad esconden almas que no saben volar, son libres, pero lo ignoran. Cuentan en la madrugada la leyenda de dos fantasmas errantes, que solitarios vagan entre la noche y la luz del alba. En esas tardes de cuentos, de luz en el hogar, de brujerías y eternos encuentros, las puertas de las casas se cierran, pues las ánimas viajan al encuentro de enamorados inquietos. Saben de amores fingidos, de amores fugaces y dulces deseos. Conocen las noches y sus conjuros; van buscando solitarias vidas para traerles a su encuentro. Susurran en tu oído, si el amor buscas, y cuando

La eternidad en el bolsillo.

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Me agaché para arrancar una brizna de hierba, la acerqué a la nariz y un millar de recuerdos afloraron en mí, que como un misil me arrastraron a un tiempo atrás. Hubo un tiempo en que quise huir, apartarme, desaparecer, que nadie supiera quién fui, que nadie se acordara de mí. Pero ella siempre me encontraba, me hablaba, me perseguía y me susurraba al oído; saltaba sobre mi espalda, me aceleraba el corazón y me reconfortaba; atravesaba mis venas y ponía alas sobre mi espalda. La he visto surcar mares, tierras y cruzar tempestades por mí. Conozco mundos inimaginables, pues yo ahora construyo soles para iluminar su destino y he de alumbrar su camino en las noches de novilunio. He creado universos para ella, he resucitado dragones; tierras sin dueño le he regalado, para que rescate a las princesas de sus mazmorras. Y ahora no puedo escapar de este mundo que para ella he creado. No soy ningún dios, ni siquiera un demonio. No soy más que un trovador que se ha enamorado, y ahora

El olvido.

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Quedó impregnado el aroma en mi piel, era el único recuerdo que se adhirió en mí. Los recuerdos llegan cuando el olvido se hace fuerte, cuando lo último en lo que piensas es en una imagen, un aroma, una despedida. Surgen entonces esos abrazos que nos apartaron del camino, que crearon una sombra, una espera que se convirtió en esperanza, como la espada del destino. Esperando un adiós que nunca llega, recordando el frío que guardas tras las flores secas. Y aquí me encuentro devolviendo al camino los pasos que nunca di. Las hojas secas de aquel otoño se acumulan en mis zapatos. Recojo los trozos rotos y los elevo al aire. Sujeto la mirada hacia el horizonte, que se pierde entre las murallas del pueblo en el que nací. Ya no reconozco las paredes que me impedían salir, ya no saben los árboles las historias que contaron de mí, ya la gente de aquellas edades miran al suelo que les reclama el tiempo vivido. Yo que viví en estos campos, que decidí no morir en esta mazmorra de libert

El silencio.

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Es el silencio lo que más me asusta. Es el no saber dónde me encuentro, es la falta de luz, si estoy hacia arriba o hacia abajo, si es de noche o de día, si estoy vivo o he muerto. Sí, estoy vivo, pero enterrado. La humedad se palpa, se huele, se puede tocar, saborear. El agua cae por las grietas y aprovecho para beber, para vivir, para respirar. Es agua limpia. Agua de vida. Grito, pero solo el silencio responde. Mi pierna derecha sangra, no la veo, pero siento ese líquido cálido que se espesa en mis pies. No puedo abrir un ojo y la cadera me quema. Decido escarbar, subir, gritar, pero no sé hacia dónde ir. Cojo la cadena del cuello con los dedos índice y pulgar y lo dejo colgando como un péndulo. La cadena me indica que estoy boca arriba. Puedo respirar, eso es lo más importante. El cielo estalla, la tierra se vuelve a mover, el suelo tiembla, las piedras se mueven. Mi mundo se ha movido. Hay una luz. Esperanza. Saco la mano, para que me vean, para poder palpar el aire, p

Te pillé.

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Ahí estaba, parado frente a la ventana. Era en un tercer piso. La luz de un pequeño aplique se encendió y una tenue luz amarillenta reflejaba la silueta de una mujer. El hombre se escondió entre las sombras de la noche, una noche fría que amenazaba con volverse lluviosa. El hombre extrajo su teléfono del bolsillo del abrigo e hizo una llamada; en la habitación la figura de la mujer se movió hasta descolgar el aparato de la mesilla. Una voz suave como el aire cálido de una tarde de otoño se coló en el teléfono del hombre. —¿Sí? —Su voz era música para los oídos. La llamada se interrumpió de golpe, y eso le rompió el corazón. Estaría escuhándola la vida entera, pero eso podía esperar, ahora había que hacer el trabajo. Volvió a guardar el móvil. Había empezado a llover, se subió el cuello del abrigo y corrió para cruzar la calle. Un par de ganzúas le ayudaron a abrir el portal. No cogería el ascensor, haría ruido. Sin prisa subió hasta la casa. Colocó la oreja en la puerta par