El muerto sin nombre.
Nos sentábamos en el pantalán mirando las barcas y las chalupas que se balanceaban tranquilas por el movimiento continuo de las pequeñas hondas que se propagaban en el puerto, debido a los grandes barcos y los buques de carga que pasaban remolcados.
El tintineo de las cuerdas en el mástil de las pequeñas embarcaciones de vela es algo que me relajaba, y hoy en día aún sigo deleitándome con ello. Al lugar le pusimos el sobrenombre de «el zapato caído», cierto día Agustín quiso hacer la gracia, y para llamar la atención de cierta chavala le lanzó un zapato al agua. El pobre Agustín acabó en el sucio agua del puerto para recuperar dicho zapato y el lugar se quedó para siempre bautizado.
Era la segunda tarde tras el incidente de la casa abandonada. Tras una hora deambulando de aquí para allá sin mucho que contarnos, más que un par de tonterías y alguna anécdota de dudosa gracia, nos sentamos en el pantalán. Nos quedamos en silencio, no sé si porque nuestra mente estaba aún en aquella casa y la imagen de aquellos pies asomando bajo los escombros nos perseguiría durante muchos años, en ocasiones sueño con ello. La tarde dejaba paso a la noche y las pequeñas luces se iban adueñando de las calles y casas en el vecino pueblo, al otro lado de la bahía. Aún volaban algunas gaviotas de camino a los riscos de puntas. El faro, con su intermitente señal, comenzaba a hacerse visible y una brisa nos refrescaba, se agradecía, pues esa tarde era especialmente calurosa.
Señalé a un punto en medio del puerto donde asomaba el lomo de lo que parecía un calderón. Había aparecido hacía algunos días y le habían puesto el nombre de Paquito, ignoro el motivo.
Paquito saltaba y se sumergía, apareciendo en distintos lugares, Como no teníamos otra cosa que hacer decidimos seguirlo. Iba en dirección a la bocana siguiendo la estela del «pilot», el bote destinado a que los grandes buques crucen la bahía.
Seguimos el largo paseo. El tiempo parecía empeorar, se acercaba una borrasca y la gente, que en ese momento no era mucha, dejaron de pasearse para regresar antes de que la tormenta llegara. Nos quedamos solos con Paquito. El calderón parecía llevarnos hacia algún lugar, como si supiera que le seguíamos, me pregunto si era así. El caso es que lo vimos dirigirse hasta el astillero y desaparecer tras él. De vez en cuando volvía y saltaba en el agua, como llamando la atención para que fuéramos tras él. Llegamos hasta una zona que es lugar de baño. En muchas ocasiones habíamos ido allí para refrescarnos, un lugar poco frecuentado. Nos cambiábamos tras una caseta en el monte y nos tirábamos al agua. Ahora la marea comenzaba a bajar y dejaba las rocas al descubierto. Paquito estaba cerca. Era extraño, pues no suelen acercarse demasiado a la orilla.
Lo llamamos y Paquito no dejaba de saltar, nos llamaba la atención, hasta que la marea le impidió estar cerca. Buscamos algo, no sabíamos qué, pero algo debía haber que Paquito quería que viéramos y tras varios minutos asomó el cuerpo descompuesto de un hombre enganchado entre las rocas. Era nuestro segundo muerto en pocos días.
Nos miramos asustados, no era la primera vez que aparecía algún muerto en la bahía. En esos tiempos había mucha vida debido a la abundante pesca, ahora la cosa no funciona, pues la pesca descontrolada ha terminado con la vida marina, creíamos que la fauna marina era infinita, qué ilusos, ahora apenas se vive de la mar. En aquella época los marineros al llegar a tierra no dejaban de beber, las tabernas no se cerraban y muchos marineros acababan completamente borrachos y en el fondo del puerto. Nosotros no habíamos visto ninguno, pero lo sabíamos por los comentarios de nuestros padres.
Lo malo de este muerto era el rictus de su cara, las algas asomando entre los restos del cuerpo y los pequeños cangrejos entrando y saliendo. Parecía reírse de nosotros y durante mucho tiempo esa imagen se quedó grabada en nuestras retinas. Hay noches en las que le oigo reírse mientras duermo y al abrir los ojos lo veo ahí, sentado a los pies de mi cama.
Lo curioso de ese muerto fue que nadie echó de menos a nadie. Otro sobrenombre para otro lugar: «El muerto sin nombre».
Comentarios
Publicar un comentario