Llobushome.




Una loba vigilaba desde la sombra de un árbol. Su pelo negro y sus rojos ojos infundían temor a quien los mirara. Corrió campo a través, ahora que hombres y mujeres no miraban. Como buena predadora conocía su entorno, lo había estudiado. No muy lejos de allí un viejo roble crecía de forma imposible, retorciéndose y estirándose por encima del rabioso río, en el lado contrario  una roca presidía la orilla, como un altar para sacrificios. Una loba cualquiera no hubiera arriesgado su vida saltando, pero esta no era una loba cualquiera. Su tamaño doblaba el de cualquiera de su especie, igual que su inteligencia. Corrió por el retorcido tronco y sin pensar saltó hasta el otro lado, cayendo como una acróbata, sin apenas esfuerzo y sin apenas mover los pies tras el salto, sobre la roca. Ahora sería fácil seguir el rastro de su presa.

Sloane gruñó al bosque. Su instinto y su olfato le advertían de la presencia de un extraño ser. Su amo no estaba, quizá lo necesitara. Se giró y corrió en dirección contraria a Deva, que era la portadora de aquel objeto que su amo quería que guardara, su cabeza le decía una cosa, pero su corazón otra.
—¡Sloane! —Le llamó Deva, pero Sloane no obedecería a nadie que no fuera su amo.... 

Sloane siguió el rastro de la loba. Era un gran salto para un perro, pero él tampoco era un perro cualquiera. Aunque ya era un perro viejo, tenía una fuerte musculatura y no sabía de miedos. El árbol le esperaba, parecía decirle que no era tan complicado, que un ser de su misma especie lo había hecho. Él era un perro hecho para la guerra, criado en mil batallas. Había resurgido de entre los muertos, había sobrevivido a espadas, lanzas, flechas y a otros perros que como él eran perros de guerra.
Se posicionó mirando al roble que parecía retorcerse aún más y por momentos encogerse y retirarse de las aguas. Corrió todo lo que le daban sus cansados músculos. Sintió una punzada en el muslo derecho debido a la cicatriz producida por una flecha celta, en la batalla de los tres lagos, pero no hizo caso al dolor, siguió su ascenso por el tronco hasta llegar al final, si se lo hubiera pensado no lo habría hecho, cuando vio como el agua saltaba salvaje hasta llegar a él y como la orilla contraria parecía lejana e inaccesible, para un perro pequeño y viejo, pero no se lo pensó y solo hizo caso a su instinto y al amor por su amo. Fue un salto perfecto, digno de un gran perro, aunque la roca estaba más baja de lo que parecía y, al impactar sus delicados pies contra ella, no pudo soportar el golpe y cayó de bruces sobre la dura piedra, que hizo que perdiera el conocimiento. Rodó y acabó en la hierba. Segundos después despertaba y al intentar levantar se dio cuenta que no podía, la pata derecha estaba retorcida de una manera que parecía imposible. No se quejó. Se levantó tras varios intentos y comenzó, en un principio lento, a correr a tres patas, luego fue adquiriendo velocidad y solo se detenía para seguir el rastro de la loba, que tras una larga caminata se mezcló con el inconfundible olor de su amo, eso le infundió más fuerzas. La cabeza parecía estallarle y la pata le palpitaba cada vez con más fuerza, pero no dejaría solo a su amo con esa loba.

... El bosque parecía no haber sido pisado por ningún humano en mucho tiempo. Las hojas caídas eran ya viejas y estaban mojadas debido a las fuertes lluvias y a que el bosque era tan espeso que el sol no se filtraba a través de los árboles y en ellas no había rastro del paso de humanos ni siquiera animales. Escuchó el aleteo de un pájaro, una tórtola alzaba el vuelo y tras unos segundos la siguieron más. Algo las había alterado. Él se encontraba lejos de ellas por lo que no era posible que fuera por su presencia. Pensó en algún ciervo o un jabalí, pero lo dudaba. Algún depredador debía estar cerca. Sacó su mandoble, no se fiaba, era zona de lobos.

Una loba esperaba el momento, ese no era un soldado como los otros, no se asustaría fácilmente de una loba, aunque esa loba fuera especial. Una superluna aparecía tras las montañas antes de que el sol escupiera sus últimos rayos, eso daría algo de luz al bosque.
Una mujer vigilaba a Crewe que intentaba escuchar al bosque. La mujer se acercó intentando no hacer ruido, pero los oídos de Crewe estaban adiestrados para la guerra. Se giró y vio a Marta que parecía insinuarse.
—¿Qué haces tú aquí? —Marta se iba acercando contorneando su cuerpo. Crewe no había conocido jamás a una mujer tan guapa como ella, de curvas perfectas y tan alta— ¿Cómo has conseguido pasar?
—Te vi —su voz era dulce a sus oídos, acostumbrado a las voces duras de las guerreras—, y quise saber a dónde ibas.
Estaba muy cerca. Se relajó, quizá embaucado por la melosa voz de Marta, pero algo le decía que la cosa no estaba bien.
La luna se hizo reina de la noche y la mujer fue perdiendo su encanto, se dejó llevar por la luna y antes de que Crewe se diera cuenta una gran loba estaba a punto de devorarle.
Se escuchó un gruñido, Sloane acudía puntual ante su amo. No podía hacer gran cosa, pero quizá con su ayuda su amo tuviera una oportunidad. Mordió a la loba en el muslo trasero, esta se giró, sujetó al perro por el cuello sacudiéndolo como si se tratara de un muñeco de trapo, lo soltó y salió volando hasta estrellarse contra un árbol. Fue el mandoble de Crewe lo que impidió que matara al perro. La loba aulló de dolor, pero no se rindió. Sloane se volvió a levantar gruñendo. La loba herida ya no tenía posibilidades, se fue retirando y se dejó perder en la noche.

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