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Mostrando entradas de diciembre, 2021

El nuevo Dios.

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Su armadura estaba golpeada, era vieja y demasiado usada. Demasiados cuerpos que ahora se consumían en los infiernos la habían vestido. Le quedaba grande, Flavio desconocía de dónde procedía el escudo que lucía en su pecho, tampoco le importaba. Estaba en medio de una batalla, eso era lo único que sabía. Avanzaban en formación.  Su escudo estaba partido por uno de sus extremos y su espada tan mellada que no cortaría la mantequilla. Su corazón palpitaba con fuerza bajo su pecho y, aunque tenía mucho espacio parecía que en cualquier momento rompería el peto. Iban dando pequeños, pero firmes pasos. Apenas veía qué sucedía en el campo de batalla. Escuchaba los gritos y lamentaciones de sus compañeros y veía como se iban sustituyendo. De vez en cuando pisaba cuerpos de soldados caídos, enemigos y aliados. En más de una ocasión estuvo a punto de caer.  Llevaban ya muchas horas bajo la lluvia, y el barro les hacía ir despacio. El campo de batalla ahora era una mezcla de lodo, sang

El intruso.

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Sentado frente a la ventana, se recrea con el paisaje. Le gustan los días de lluvia, le encanta el otoño. Ver el monte cubierto de hojas, que en esta época es de un hermoso ocre. Que el único sonido sea el de la lluvia contra el cristal, el sonido de los árboles cuando el viento los azota. Las nubes desplazándose en el cielo. Escuchar el estruendo que forman la tormenta nos recuerda lo frágiles que somos y el poder de la Madre Naturaleza. Un racimo de rayos rasgan la tarde y alumbran el bosque. Sigue leyendo. Cuando no llueve pone en su móvil el sonido de una tormenta, eso le relaja, pero ahora es real. ¡Ploc! Es el sonido que le despierta. Ignora el tiempo que lleva dormido. ¡Ploc! Lo vuelve a escuchar y sentir. Sobre las hojas abiertas del libro cae una nueva gota. ¡Ploc! Dirige la vista al techo, lo que le produce dolor en las cervicales, la maldita artrosis. ¡Ploc! Retira el libro. —Es extraño. El tejado está recién reparado y además entre el tejado y la planta baja est

La Madre Tierra.

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Entre el cielo y la tierra nacía un puente. Bajo él, un río de cristalinas aguas recorrían las verdes praderas y una fragancia de la Lavanda, que pellizcaba el alma se expandía por la campiña. La tarde pasaba sin prisa. La luna había decidido salir, hablando de tierras conquistadas a orillas de una mar, ahora lejana, tierras abrasadas por la desesperanza y la amargura. Vuelan las semillas que llevaran su fruto al otro lado del mundo. Sobran las palabras y los gritos de los que allí yacen recorren el universo, para quedar preso entre mi corazón y mi razón. Hinco la rodilla en ese paraíso que ahora, antes de que la avaricia de los hombres y la codicia devoren estas tierras y no quede un alma que pueda contar la belleza que esconde. —¡Bajad, soldados! ¡Y contemplad la grandeza de nuestro Dios! Dejad de pelear por un momento y saciaros de la vida. Respirad el espíritu de la Madre Tierra! Más allá de nuestra visión, una nube negra como el carbón rompía el silencio y llenaba el c

La mujer de la ventana.

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Fue un dulce despertar, la luz de la mañana entraba por la ventana inundando cada rincón, las flores del jarrón se abrían a ese nuevo amanecer esparciendo su aroma por la estancia. Escuchó una voz, una dulce melodía que le inspiraba. Cuadernos en el pupitre, plumas de colores, flores en la ventana, olores que eran recuerdos y, el juego del pirata. Esos recuerdos que se cobijan en cada esquina de su memoria, que son sombras de un pasado.  Las palabras fluyen como tatuajes en la piel, que llegan para quedarse. Sonetos y versos afloran incansables tras las paredes de la habitación, donde se mezclan entre los besos y las caricias. Regresa a la ventana que marca el paso del tiempo. La voz de su pasado traen recuerdos que vienen a verla. Marchan sin rumbo las aves de su tejado, sin un destino, en el silencio de este amanecer tardío. Aparta tormentas que acechan en algún lugar de su mente.  Tras ese sol la luna marcha, en una melancólica agonía escucha la melodía inacabada que de

La sangre derramada

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Estaba en casa, había llegado y no había sido consciente de ello. La guerra había finalizado y el campo había sido arrasado y él, él también había cambiado. Tantas vidas segadas, tantas almas aniquiladas y campos quemados. Tanta barbarie le había cambiado, tanto que…, no había reconocido su casa. Bajó de su caballo, desenfundó su mandoble y lo clavó en la tierra, una tierra antaño verde y fresca, una tierra que cultivaba con esmero, tanto trabajo perdido, ahora esa tierra era un páramo vacío y seco. Siguió caminado, quería recorrer los últimos metros hasta llegar a su hogar, pisando la tierra, para volver a sentirla, para que la tierra lo reconociera. Al fondo, en lo alto de la loma una casa, su casa. No había llevado mejor destino. Dónde se encontraba su mujer, sus hijos, sus animales. Corrió todo lo que pudo, ignoraba si había llegado tarde. La cabaña se había consumido en el fuego, el mismo fuego que había arrasado sus tierras. Aún el humo asomaba entre los rescoldos, qu