La sangre derramada




Estaba en casa, había llegado y no había sido consciente de ello. La guerra había finalizado y el campo había sido arrasado y él, él también había cambiado. Tantas vidas segadas, tantas almas aniquiladas y campos quemados. Tanta barbarie le había cambiado, tanto que…, no había reconocido su casa. Bajó de su caballo, desenfundó su mandoble y lo clavó en la tierra, una tierra antaño verde y fresca, una tierra que cultivaba con esmero, tanto trabajo perdido, ahora esa tierra era un páramo vacío y seco.
Siguió caminado, quería recorrer los últimos metros hasta llegar a su hogar, pisando la tierra, para volver a sentirla, para que la tierra lo reconociera. Al fondo, en lo alto de la loma una casa, su casa. No había llevado mejor destino. Dónde se encontraba su mujer, sus hijos, sus animales.
Corrió todo lo que pudo, ignoraba si había llegado tarde. La cabaña se había consumido en el fuego, el mismo fuego que había arrasado sus tierras. Aún el humo asomaba entre los rescoldos, que se negaban a consumirse.
Gritó al cielo maldiciendo a los dioses por su desgracia. Buscó a su familia, quienes yacían crucificados cerca del bosque. Su esposa aún vivía, la descolgó y lloró mientras la abrazaba.
—Dime, mujer, quién ha sido el bárbaro qué ha hecho esto. Qué Ser es capaz de tan vil asesinato. Qué mal habíais hecho nuestros hijos y tú.
La mujer sonrió al guerrero.
—Llora, esposo mío, llora por tus hijos y por mí. Haces bien en maldecir, pues es tuya la culpa, es tuya la sangre derramada, tú y la gente como tú que acude a la guerra y solo se lamenta cuando es su propia sangre y la de los suyos la que se derrama.

Comentarios

  1. Muy bueno el relato, se podía percibir el olor a humo y a sangre. Y un remate final lleno de belleza emocional. Enhorabuena.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El mundo a mis pies.

Soy yo.

Las cloacas del mundo.