La Madre Tierra.




Entre el cielo y la tierra nacía un puente. Bajo él, un río de cristalinas aguas recorrían las verdes praderas y una fragancia de la Lavanda, que pellizcaba el alma se expandía por la campiña.
La tarde pasaba sin prisa. La luna había decidido salir, hablando de tierras conquistadas a orillas de una mar, ahora lejana, tierras abrasadas por la desesperanza y la amargura.
Vuelan las semillas que llevaran su fruto al otro lado del mundo. Sobran las palabras y los gritos de los que allí yacen recorren el universo, para quedar preso entre mi corazón y mi razón.
Hinco la rodilla en ese paraíso que ahora, antes de que la avaricia de los hombres y la codicia devoren estas tierras y no quede un alma que pueda contar la belleza que esconde.
—¡Bajad, soldados! ¡Y contemplad la grandeza de nuestro Dios! Dejad de pelear por un momento y saciaros de la vida. Respirad el espíritu de la Madre Tierra!
Más allá de nuestra visión, una nube negra como el carbón rompía el silencio y llenaba el cielo con augurios de muerte y destrucción.
Estandartes, banderas, picas, lanzas, espadas, arcos y escudos alineados y sucios de sangre y de muerte llenan la campiña, llegan hasta el paraíso, mancillando la obra que el universo a escrito.
Nadie perdona, nadie recuerda cuando el mundo era un lugar de amor y vida, y tras la contienda, buscan otro paraíso, pensando que ahora sí, ha llegado el momento de echar raíces, hasta que alguien decide que ya no es lugar para que los seres que habitan ese paraíso vivan en paz.

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