El intruso.




Sentado frente a la ventana, se recrea con el paisaje. Le gustan los días de lluvia, le encanta el otoño. Ver el monte cubierto de hojas, que en esta época es de un hermoso ocre. Que el único sonido sea el de la lluvia contra el cristal, el sonido de los árboles cuando el viento los azota. Las nubes desplazándose en el cielo. Escuchar el estruendo que forman la tormenta nos recuerda lo frágiles que somos y el poder de la Madre Naturaleza. Un racimo de rayos rasgan la tarde y alumbran el bosque. Sigue leyendo. Cuando no llueve pone en su móvil el sonido de una tormenta, eso le relaja, pero ahora es real.
¡Ploc! Es el sonido que le despierta. Ignora el tiempo que lleva dormido. ¡Ploc! Lo vuelve a escuchar y sentir. Sobre las hojas abiertas del libro cae una nueva gota. ¡Ploc! Dirige la vista al techo, lo que le produce dolor en las cervicales, la maldita artrosis. ¡Ploc! Retira el libro.
—Es extraño. El tejado está recién reparado y además entre el tejado y la planta baja está el desván —piensa—. Si lo han dejado mal reclamaré por daños, pero ahora es momento de ver qué sucede ahí arriba.
¡Ploc! Ahora en el suelo, coloca una palangana y… ¡Ploc! Ahora más molesto, pero al menos no se mojará la madera.
Sube por la escalera y levanta la trampilla. Tira del cordel que hace la vez de interruptor. La fluorescente parpadea y emite su tenue luz amarillenta, luz de callejón la llama, le recuerda a la luz que había en los callejones cuando era joven, una luz pobre, que solo servía para no darte contra las paredes. Poco a poco sus ojos se van haciendo y la bombilla va alumbrando algo más. La humedad es intensa, lo huele y lo siente en sus viejos huesos. ¡Ploc! Vuelve a escuchar bajo sus pies. Observa un pequeño charco y sobre él. El tejado. La lluvia se cuela por la claraboya que alguien ha dejado abierta. Maldice a los obreros. 
—Pagarán por la avería —se dice. Da un tirón de la ventana del techo y se cierra sin dificultad. Ahora observa que en el suelo, por donde se cuela el agua, hay un pequeño agujero. Ve la luz del salón, mira a través de él y lo que ve le hiela la sangre. En el sofá, donde minutos antes estaba sentado, hay alguien ocupando su lugar, alguien que está leyendo su libro. El corazón palpita con fuerza. Está demasiado viejo para enfrentarse a nadie. No sabe qué hacer. Ve caer una gota a través del agujero. La ve dirigirse de manera inexorable hasta el libro. Le verá si mira hacia arriba. Se aparta y escucha un nuevo ¡ploc! Si sube estará perdido, no hay escapatoria, piensa que es mejor que baje él, antes de que el intruso lo haga. Baja sin hacer ningún ruido. Llega hasta la puerta del salón y observa. El intruso sigue sentado, parece dormido. 
—Quién puede quedarse dormido en pleno atraco, si es que es un atraco, pero si lleva hasta mi bata —piensa. 
Es su oportunidad. ¡Ploc! No puedo dejar que se despierte. Debe actuar. Mira a su alrededor y ve el atizador de la chimenea, que cuelga de la misma, y que parece decirle: «¡cógeme!».
No quiere matarlo, pero si no hay más remedio lo hará, es su vida o la del extraño ¡Ploc!
Levanta el atizador y carga contra el intruso. Entonces se reconoce. Justo en el momento que el atizador cae en su cabeza ¡Ploc! 
Entonces despierta y mira hacia arriba, aparta el libro y pone una palangana. Sube al desván y ve a través del agujero a un extraño que entra en su salón….

Comentarios

  1. Buenísimo 👏👏👏

    La lluvia que tanto ama entra en su casa y lo pone a prueba.

    Triste es ser el enemigo de uno mismo.

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    Respuestas
    1. Siempre, somos nuestros peores enemigos.
      Gracias. Un saludo.

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