La fábrica de hielo, La Luna y la hoguera de San Juan.




Fue un gran año. Por entonces sonaba «The boxer», cantado por «Simon and Garfunkel». Vi la llegada del hombre a la luna, mientras mi madre planchaba y yo devoraba un bocata de chorizo de «plampona», así es como lo llamaba la Señora Eladia, todos coincidíamos en que era más complicado decirlo de esa forma. Una tienda cerca de mi casa regentaba por Eladia y su hermana, que tenían la vivienda encima de dicha tienda, y que si un día tenías una urgencia las llamabas y te atendían, siempre con una sonrisa.
Llegaba del colegio y si en casa no había nadie, bajaba a La Eladia, y le pedía que me hiciera un bocata, luego, ya pasaría mi madre a pagarpagar.  (Ahora hay una tienda de móviles regentada por pakistaníes). 
En el barrio convivían ultramarinos, carnicerías, pescaderías y hasta la fábrica de hielo. A mí me daba miedo ver cómo pasaban los grandes bloques de hielo junto a mí cuando acudía a comprar. Además del insoportable olor a amoniaco. El vendedor los atrapaba con unos garfios de hierro y tras romperlo me deba lo que le había pedido. Era un tipo muy antipático. Me imagino que trabajar en esas condiciones no hace que la gente sonría mucho. El hielo lo queríamos para la nevera, no existían los frigoríficos, al menos nosotros no teníamos, Introducías el hielo en la nevera para mantener y conservar la comida y bebida. La lavadora era una tabla en la que se frotaba la ropa con jabón de trozo.
Aquel año «Formula V» arrasaba con «Cuentamé». Ese verano fue muy tórrido y además de acordarme de él por la llegada de hombre a la luna fue por algo que me sucedió:
Llegaban las tan esperadas vacaciones y los chavales iban recogiendo maderas para la hoguera de San Juan. Competíamos para ver qué barrio la hacía más grande. Nosotros la hacíamos en un descampado cerca de casa, junto a las rederías de pescadores (ahora hay un parque para niños y unos enormes bloques de viviendas). Habíamos conseguido cajas de madera de la pescadería y ahora tocaba juntarlas para formar una pirámide.
En un esfuerzo por subir más lato pisé algo que en un principio no me dolió, fue al volver a pisar cando noté que una tabla colgaba de mi talón derecho. No lloré ni siquiera me quejé. Me senté en un banco y de un tirón extraje el extraño objeto. Mis amigos me aconsejaban que lo hiciera sangrar. No podía, tampoco quería acabar con la diversión, si acudía a casa, además de la bronca me castigarían y no podría ver la hoguera, así que continué con el trabajo.
Lo cierto es que no recuerdo mucho más de ese día. Recuerdo que de madrugada les conté a mis padres lo sucedido, pues la fiebre se había disparado. Poco me faltó para no contar esta historia, pero como suelen decir: el hombre es el único animal que tropieza tres veces con la misma piedra, y una semana más tarde me volvió a suceder lo mismo (tampoco lo conté).

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