Terminar el trabajo.
Era una tarde de otoño en la que el viento soplaba con fuerza, soltó su larga melena y dejó que el aire la elevara, le gustaba la sensación del aire en su cara, que el viento meciera su pelo. Llevaba tiempo esperando un milagro que nunca llegaba. La madre naturaleza no se había portado muy bien con ella. Hubo una vez que conoció el amor, un amor de esos que te rompe por dentro, que llega y te alborota todo tu mundo, te saca de la monotonía, te empapas de alegría, de felicidad y desesperación, de amor y odio por no poder disfrutar con la persona amada, pero ahora todo eso pasó, había vuelto a la tierra de donde no debió salir jamás. «Más que nada porque cuando el amor acaba una debe terminar el trabajo». Prometió no volverse a enamorar, no mirar más de dos segundos seguidos a una persona para no hacerse ilusiones. Sus pasos seguían el sendero a lo alto del monte, unas pequeñas huellas de no sabía qué animal marcaban el camino. No conocía esa vereda ni esa parte del bosque,