Instinto depredador.
... Por fin había llegado a ese maldito pueblo. Aunque dicen que las coincidencias existen, yo soy de los que creen que nada es casual. Ese pueblo tenía ese espesor en el ambiente que te dice que nada es lo que parece. El aire huele a rancio, a vicio, a muerte y mentira. Me arrodillé para saborear ese penetrante olor a podredumbre que se había quedado impregnado en todo lo que rodeaba al pueblo, incluida la hierba que ahora estaba en mi mano tenía ese frío tacto que deja la muerte. Incluso yo, que he recorrido ciénagas repletas de fantasmas, he visitado el inframundo, he visto de cerca la muerte, he bailado con ella, me han disparado, me dieron por muerto mil y una vez y he visitado la guarida del diablo, no me atreví a dejar de mirar hacia el pueblo que se escondía con la llegada de la noche. Una espesa bruma ascendía por el acantilado y caía sobre él y sus habitantes, muy lentamente, como temiendo llegar. Una casa, antes de llegar al pueblo, parecía dar la bienvenida a lo