Valor.




... Se levantó, no sin dificultad «demasiadas chuches, pastelitos, gominolas y bollos de chocolate», y se encaró conmigo.
—Qui…qui… quizá sea un ni… niño gordo, pe… pero también es mi amiga, así que no te… te pongas en mi camino o te enterarás de qui… qui… quién es Jorge.
Le miré extrañado. No conocía esa faceta de Jorge, nunca le había visto enfadado, él era el que hacía reír al grupo, el gracioso, el que siempre estaba de buen humor. Lo que estaba viendo era un niño que estaba a punto de dejar de serlo, un preadolescente, unas hormonas con patas.
—¿Qué te ocurre, Jorge? Lo único que digo es que Bárbara nunca se fijará en ninguno de nosotros. Somos sus colegas de juegos, pero prefiere a esos mamones con músculos, que no hacen otra cosa que fumar porros.
—Ya. ¿Te… te crees que me chupo el dedo? Tú quieres que… quedar a solas con ella pa… para ver si pillas cacho. Te… te he visto. —Jorge me empujó, aunque no era un tipo violento y no estaba acostumbrado a las peleas, lo cierto era que tenía mucha fuerza, así que caí de culo al suelo.
Me hizo mucho daño la caída, pero no me quejé, no quería mostrar debilidad y me levante hecho una furia y con lágrimas en los ojos, más por la rabia que por el dolor físico: las manos me ardían por culpa de las malditas piedrecitas que se me habían quedado clavadas al apoyarlas.
—Vete a la mierda, puto pollo. —Lo de pollo era en alusión a los dibujos del Gallo Cláudio, por su tartamudez, algo que él odiaba y que nosotros evitábamos llamarle.
Se dio la vuelta. Llevaba los puños cerrados, creo que aquel día si se hubiera atrevido me hubiera dado una buena paliza, pero Jorge no era capaz de pegar a nadie, y el hecho de haberme empujado le estaba doliendo más que a mí.
Juan nos miraba mientras continuaba comiendo pipas, como si la cosa no fuera con él, aunque en realidad así era, la cosa nunca iba con él. Pero lo que yo pienso es que disfrazaba sus miedos con pasotismo.
—Me voy a hablar con Bárbara —le dije a Juan.
—Vale —me respondió sin dejar de escupir cáscaras de pipas mientras canturreaba Hey ho, let's go! de Los Ramones—, aquí te espero. They're forming in straight line… —continuó.
En el murete que separaba el paseo del agua, junto a las rampas de bajada de barcas, lugar de encuentro de baños en verano y de quedadas para las litronas el resto del año. Allí estaba Bárbara con el grupo de chavales mayores. Agarrando por el hombro a Bárbara se encontraba Carlos. Sabía que ir hacia allí era meterse en la boca del lobo, nunca mejor dicho, así es como se hacían llamar; Otsoak: Los lobos.
—¡Bárbara! —me atreví a llamarla.
Todas las miradas se clavaron en Carlos, querían saber cómo iba a reaccionar, y la de Carlos parecía decirme esfúmate, sino quieres acabar en el agua.
—¿Qué quieres, Ángel? —me dijo Bárbara. Carlos se sacó el cigarrillo de la boca colocándolo entre los dedos pulgar e índice y lo lanzó con la intención de darme. Falló por milímetros.
—Lárgate, puta rata. Bárbara está conmigo y no quiere saber nada de niñatos.
Tragué saliva, pero no me iba a achantar. Si lo hacía estaría perdido para siempre. Carlos estaba frente a mí y su cara rozaba la mía. Me sacaba una cabeza y sus brazos eran el doble que los míos, gracias al remo en las traineras. Tuve suerte, Bárbara vino en mi auxilio.
—¡Vale ya! —Nos separó encarándose a Carlos—. Eso lo decidiré yo, ¿no te parece?
—Ándate con cuidado, enano —me dijo, y me empujó el hombro antes de marcharse.
En ese momento, que vi a Bárbara de cerca, me di cuenta que ya era toda una mujer y que en realidad nada tenía que ver con nosotros, que aún andábamos jugando con chapas y viendo a Mazinger Z. Y lo único que me atreví a decir es que se viniera conmigo a leer un nuevo TBO de Mortadelo y Filemón. Aún recuerdo esa tierna mirada que me echó. No era esa mirada de mujer a hombre, era más una mirada de una mujer a su hermano pequeño, y lo que fue peor, me dio un beso en la mejilla, que fue más un beso de despedida que de hermana. Supe entonces que ese era el final... 

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