Como siempre.
Al despertar abrió la ventana, como siempre; se estiró al ponerse de pie, como siempre y saludó a la mañana, que venía algo triste, no como era habitual, últimamente, pues el sol hoy se negaba a salir, no es que fuera a llover, sino que la niebla se había instalado en los montes, tapaba su luz y parecía que sería así durante todo el día. Echó un vistazo por la ventana, como siempre, y algo había cambiado, una vieja bicicleta estaba estacionada apoyada en la pared de su casa. No es que le molestara, es que desconocía quién sería su dueño, pues nunca la había visto y eso le ponía nervioso: todo estaba bien si nada cambiaba, le gustaba que todo estuviera como siempre. Quién en su sano juicio andaría con tal artilugio tan anticuado, el pueblo estaba completamente empedrado y tratar de mantenerse en equilibrio en una bicicleta era tarea complicada. Decidió desayunar, un café con leche en su taza de siempre y seis galletas María dorada, como siempre, pero esta vez se apresuró, pu