Un acto de fe.
El agua corría a través del grifo sin que Sam fuera consciente de ello. El chorro de agua golpeaba contra los platos amontonados y eso hacía que salpicara fuera. Un gran charco de agua se estaba formando a su alrededor. Sus manos sujetaban con fuerza el estropajo, y el jabón se iba diluyendo al contacto con el agua. Su mente se perdía bajo sus pies igual que el agua. Los recuerdos de la guerra le estaban traicionando, una vez más, y se veía a sí mismo cuando en aquella riada la niña pedía auxilio al tiempo que las bombas y las balas atarvesaban los campos de cemento y hormigón. El agua arrasaba. Los heridos y muertos eran arrastrados por la corriente, junto a vehículos y demás artefactos. Los soldados intentaban asirse a cualquier saliente o tejado, pero si el agua no acababa con ellos lo hacía el enemigo, que desde lo alto de la torre del campanario un francotirador no les dejaba descansar mientras los aviones sobrevolaban arrasando con los que aún respirában. La niña supl