Día de bodas.
… Salió fuera. Tenía, debía, necesitaba notar el aire frío en su cara. La lluvia aún se dejaba sentir en pequeñas y diminutas gotas que de vez en cuando atravesaban el aire para estrellarse contra su cara, y ella lo agradecía. La luz de algunas estrellas se filtraba a través de las nubes que luchaban por sobrevivir mientras la luna las atravesaba. El viento había rolado a noroeste, cosa que agradeció, pues el vento cálido que había reinado esos últimos días hacía casi imposible conciliar el sueño, aunque después de lo acontecido dudaba si podría volver a dormir.
Miró hacia abajo y vio a través de la repisa de la terraza del tejado a los invitados que se iban marchando, igual que las nubes, salvo que estas últimas volverían tarde o temprano y los invitados no.
El coche del novio había dejado un reguero de globos y adornos por el camino y su ramo, ahora, se desprendía de sus manos y volaba en caída libre. El viento hizo elevarse a las flores y que se esparcieron como las gotas de lluvia.
Se subió a la repisa. Su vestido se elevó al pasar el viento bajo él, parecía un globo a punto de despegar, parte del vestido tapó su cara y poco le faltó para caer cuando una mano la sujetó.
—Es una imagen muy sexi. —Ella frunció el ceño sin entender—. Ver a una novia en tanga.
—Qué haces aquí. Creí que ya no volverías.
Se bajó de la repisa ayudado por él. Se acercaron tanto que el aire les tenía que bordear. La lluvia regresó con más fuerza y ambos quedaron tan empapados que nadie los hubiera reconocido.
—Volver a empezar —contestó él.
—¿Sin los invitados?
—Precisamente por ellos…
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