La biblioteca.
La mujer se acercó a la estantería, con paso lento y arrítmico. Los años no perdonaban y aunque debería haber abandonado ya ese lugar no podía ver como la biblioteca que había regentado durante toda su vida, se abandonaba o se echaba abajo para convertirlo en un supermercado o una hamburguesería, por eso aguantaba, y lo haría hasta que sus huesos se quebraran o su corazón dejara de funcionar.
En repetidas ocasiones, unos obesos y sudorosos hombres con trajes que costaban más de lo que ella ganaba en un año, le habían ofrecido una buena suma de dinero para que la vendiera, pero no había cedido, en ocasiones se arrepentía, pues los ancianos del lugra lo eran demasiado como para acudir al lugar para leer, y los jóvenes leían poco y los que lo hacían, lo hacían en sus aparatos electŕonicos.
Dejó en la estantería, ordenada alfabéticamente, el último libro que había prestado: La Casa de los Siete Tejados. Una apasionante historia de ambiente gótico escrita en 1851, que tanto le apasionaba, cuando sonó la campanilla que anunciaba que alguien entraba.
Una niña de amplia sonrisa y mirada inquieta asomaba por la entrada y se dirigía a la estantería de novela histórica. Cogiendo El Último Mohicano, lo volteó y leyó la sinopsis. La niña parecía fascinada.
—Hola, hija —saludó la anciana. La niña dio un pequeño salto dejando caer el libro. —. ¿Te gusta ese libro?
—No lo sé —contestó nerviosa la niña—. No lo he leído, pero parece interesante.
La anciana se agachó para recoger el libro. Pasó sus huesudas manos por la tapa y el lomo para sentir su tacto.
—Llévalo, te gustará.
—Tenemos que leer uno para clase y he pensado en este.
—¿Para clase? Hacía tiempo que no venían niños para coger libros para el colegio. Ahora los colegios tienen esos malditos trastos.
—Hay una profesora nueva y nos ha dicho que vengamos. Llegarán más niños para buscar libros.
La anciana esbozó una sonrisa, pensó que quizá aguantaría un poco más...
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