El caballero sin alma
«No te olvides de amar, no te olvides de vivir, siente la vida en cada poro de tu piel, si no vuelvo, vuela y vive, mujer. Empápate de vida».
Fueron sus últimas palabras antes de partir. Tras la luna roja, un manto negro se cernió sobre la casa, los días eran tristes y las noches eternas.
Varias semanas después de que él partiera, su caballo volvió y con él toda esperanza se desvaneció.
Algunos soldados malheridos fueron llegando, contaban que su señor les había traicionado. Y que muerto en el campo de batalla lo habían dejado.
Vive, me dijo, cómo vivir si tu amor vive en tu corazón.
El camino era complicado y el caballo ya no podía caminar y lo dejó suelto.
Subió la montaña, el enemigo se había escondido en algún lugar cerca de aquí.
Según subía el frío se iba intensificando y la nieve aparecía, al principio en pequeños copos y más tarde la nieve se iba acumulando y costaba andar.
Un reno le miraba y le advertía que su presencia era ya sabida. Que si no se andaba con tiento el enemigo le descubriría.
Escuchó el ruido de unas ramas al quebrarse, se escondió tras un abeto. Cerró sus ojos y se dejó llevar por los sonidos y los olores que traía el viento.
Eran ellos, tres hombres a lo sumo, pesados o cargados con algo. Abrió los ojos y miró dirección al sonido. Efectivamente, tres soldados fornidos. Un rehén, esa era su misión, liberarle. Los guerreros iban bien armados y con fuertes armaduras. Eran más fuertes que él. Su única posibilidad sería ser más rápido, así que se despojaría de su armadura. Eso traía otro riesgo, estar indefenso ante cualquier golpe, pero era su única posibilidad. Se despojó de todo peso. Siguió sus pasos en contra del viento. Esperó el momento adecuado. La sorpresa era otro punto a su favor. No quería esperar a la noche, en la noche los ruidos se intensifican y el frío sería intenso y en esas condiciones el cuerpo no reacciona de la misma forma, debía ser rápido.
De pronto, su instinto se activó y, notó una presencia que antes no estaba, alguien le miraba —.Qué estúpido has sido, un soldado en la retaguardia, eso es de novatos— con los reflejos de un felino y la templanza de un búfalo se agachó rápidamente y sacó de su tobillo un cuchillo ligero, pero del acero más fuerte, y lo lanzó certeramente, clavándose en el ojo del soldado. Corrió hacia él mientras desenvainaba la espada y le cercenó la cabeza mientras se revolvía en el suelo.
Ahora debería actuar rápido, antes de que se dieran cuenta que algo ocurría, al no ver al soldado muerto.
Fue tras las huellas y descubrió que se habían parado para reponer fuerzas delante de una fogata. Ahora debería esperar, no era buen momento.
Al cabo de un rato se percataron de la ausencia de su compañero y después de discutir uno de ellos se preparó para ir a buscarlo. Este sería el momento. Esperó tras una roca situada por encima de su visión y cuando el hombre pasó, saltó sobre él y con un ágil movimiento le clavó el cuchillo bajo la axila, una zona desprotegida de la armadura, le dejó el cuchillo metido hasta el mango. Agarrando con las dos manos el casco se lo arrancó, se colocó encima de él y atravesó su cabeza con la misma facilidad que se atraviesa una calabaza. Ya sólo quedaban dos.
Volvió hasta el campamento y al rato los dos hombres se empezaban a poner nerviosos, discutían entre ellos, pero ninguno se atrevía a moverse de su sitio. La tarde iba cayendo y no podía pasar la noche a la intemperie y sin poder hacer una fogata, así que tenía que hacerlo rápido. Se acercó todo lo que pudo, se habían despojado de sus armaduras, era el momento, mientras discutían, salió de su escondite gritando como un poseso, ahora comprobarían de lo que era capaz de hacer con dos espadas, una técnica aprendida de un viejo amigo oriental. Sus manos se movían de forma circular moviendo las armas como si de un molinete se tratara, cortando todo a su paso, primero las articulaciones de los pies, luego codos, hombros y terminando por el cuello a uno de ellos y al otro le atravesó el esternón. Ocurrió todo en segundos, a ninguno de los dos les dio tiempo a saber lo que ocurría.
Fue el soldado hacia el rehén y vio que era una mujer a la que en un ataúd forrado con letras que no conocía en un idioma desconocido para él, encriptaciones extrañas y símbolos que jamás había visto. La sacó de su encierro y todo su mundo se transformó, algo ocurrió en su entorno y la mujer parecía levitar tres nubes cristalinas.
—Soldado —le susurra las mujer al oído—. Ve al campo de batalla y MATA.
Fueron sus últimas palabras antes de partir. Tras la luna roja, un manto negro se cernió sobre la casa, los días eran tristes y las noches eternas.
Varias semanas después de que él partiera, su caballo volvió y con él toda esperanza se desvaneció.
Algunos soldados malheridos fueron llegando, contaban que su señor les había traicionado. Y que muerto en el campo de batalla lo habían dejado.
Vive, me dijo, cómo vivir si tu amor vive en tu corazón.
El camino era complicado y el caballo ya no podía caminar y lo dejó suelto.
Subió la montaña, el enemigo se había escondido en algún lugar cerca de aquí.
Según subía el frío se iba intensificando y la nieve aparecía, al principio en pequeños copos y más tarde la nieve se iba acumulando y costaba andar.
Un reno le miraba y le advertía que su presencia era ya sabida. Que si no se andaba con tiento el enemigo le descubriría.
Escuchó el ruido de unas ramas al quebrarse, se escondió tras un abeto. Cerró sus ojos y se dejó llevar por los sonidos y los olores que traía el viento.
Eran ellos, tres hombres a lo sumo, pesados o cargados con algo. Abrió los ojos y miró dirección al sonido. Efectivamente, tres soldados fornidos. Un rehén, esa era su misión, liberarle. Los guerreros iban bien armados y con fuertes armaduras. Eran más fuertes que él. Su única posibilidad sería ser más rápido, así que se despojaría de su armadura. Eso traía otro riesgo, estar indefenso ante cualquier golpe, pero era su única posibilidad. Se despojó de todo peso. Siguió sus pasos en contra del viento. Esperó el momento adecuado. La sorpresa era otro punto a su favor. No quería esperar a la noche, en la noche los ruidos se intensifican y el frío sería intenso y en esas condiciones el cuerpo no reacciona de la misma forma, debía ser rápido.
De pronto, su instinto se activó y, notó una presencia que antes no estaba, alguien le miraba —.Qué estúpido has sido, un soldado en la retaguardia, eso es de novatos— con los reflejos de un felino y la templanza de un búfalo se agachó rápidamente y sacó de su tobillo un cuchillo ligero, pero del acero más fuerte, y lo lanzó certeramente, clavándose en el ojo del soldado. Corrió hacia él mientras desenvainaba la espada y le cercenó la cabeza mientras se revolvía en el suelo.
Ahora debería actuar rápido, antes de que se dieran cuenta que algo ocurría, al no ver al soldado muerto.
Fue tras las huellas y descubrió que se habían parado para reponer fuerzas delante de una fogata. Ahora debería esperar, no era buen momento.
Al cabo de un rato se percataron de la ausencia de su compañero y después de discutir uno de ellos se preparó para ir a buscarlo. Este sería el momento. Esperó tras una roca situada por encima de su visión y cuando el hombre pasó, saltó sobre él y con un ágil movimiento le clavó el cuchillo bajo la axila, una zona desprotegida de la armadura, le dejó el cuchillo metido hasta el mango. Agarrando con las dos manos el casco se lo arrancó, se colocó encima de él y atravesó su cabeza con la misma facilidad que se atraviesa una calabaza. Ya sólo quedaban dos.
Volvió hasta el campamento y al rato los dos hombres se empezaban a poner nerviosos, discutían entre ellos, pero ninguno se atrevía a moverse de su sitio. La tarde iba cayendo y no podía pasar la noche a la intemperie y sin poder hacer una fogata, así que tenía que hacerlo rápido. Se acercó todo lo que pudo, se habían despojado de sus armaduras, era el momento, mientras discutían, salió de su escondite gritando como un poseso, ahora comprobarían de lo que era capaz de hacer con dos espadas, una técnica aprendida de un viejo amigo oriental. Sus manos se movían de forma circular moviendo las armas como si de un molinete se tratara, cortando todo a su paso, primero las articulaciones de los pies, luego codos, hombros y terminando por el cuello a uno de ellos y al otro le atravesó el esternón. Ocurrió todo en segundos, a ninguno de los dos les dio tiempo a saber lo que ocurría.
Fue el soldado hacia el rehén y vio que era una mujer a la que en un ataúd forrado con letras que no conocía en un idioma desconocido para él, encriptaciones extrañas y símbolos que jamás había visto. La sacó de su encierro y todo su mundo se transformó, algo ocurrió en su entorno y la mujer parecía levitar tres nubes cristalinas.
—Soldado —le susurra las mujer al oído—. Ve al campo de batalla y MATA.
Sus soldados al verle aparecer se alegraron, pero lo que no esperaban era que de las manos de su señor la muerte les llegara y tras una larga contienda de muerte le hirieron y creyéndole muerto en el campo de batalla le abandonaron.
Tras un largo sueño el guerrero despertó y postrado ante él la más bella dama.
Tras un largo sueño el guerrero despertó y postrado ante él la más bella dama.
Siente la luna de abril, como una flor nocturna florece tras la penumbra, presagios de tiempos nuevos, lamentos de enamorados, recuerdos encajando. Surgiendo entre sonetos una sirena bella como ninguna, el soldado malherido reza ante ella.
—Eres un sueño, un delirio de un pobre moribundo o eres real.
La figura fantasmal se acerca y acaricia su rostro.
—Mira mis ojos, joven soldado, y díme qué ves.
—Veo muerte y destrucción a tu paso, veo silencio y tristeza, veo paz y armonía, veo la muerte que ya me llega.
—La muerte te llegará en su momento, ahora levántate y que tus espadas te guíen.
El soldado rugió como un animal y el mismo cielo oscureció a su paso, guiado por la ira y la muerte se enfrentó a todo un ejercito. Cortó, destrozó, clavó, mutiló y no dejó ni un solo hombre en pie.
—Cuál es mi siguiente paso, bella dama.
—¡TU CASA!
—¿Mi casa? Eso no puedo hacer, mi esposa amada me aguarda.
—Mira a mis ojos soldado y Díme qué ves. Sólo hay traición. Ellos creyéndote muerto te han abandonado.
—Veo mentiras y veo engaños, a mi dulce esposa con mi mejor soldado.
—Levántate y que la venganza te guíe.
—Eres un sueño, un delirio de un pobre moribundo o eres real.
La figura fantasmal se acerca y acaricia su rostro.
—Mira mis ojos, joven soldado, y díme qué ves.
—Veo muerte y destrucción a tu paso, veo silencio y tristeza, veo paz y armonía, veo la muerte que ya me llega.
—La muerte te llegará en su momento, ahora levántate y que tus espadas te guíen.
El soldado rugió como un animal y el mismo cielo oscureció a su paso, guiado por la ira y la muerte se enfrentó a todo un ejercito. Cortó, destrozó, clavó, mutiló y no dejó ni un solo hombre en pie.
—Cuál es mi siguiente paso, bella dama.
—¡TU CASA!
—¿Mi casa? Eso no puedo hacer, mi esposa amada me aguarda.
—Mira a mis ojos soldado y Díme qué ves. Sólo hay traición. Ellos creyéndote muerto te han abandonado.
—Veo mentiras y veo engaños, a mi dulce esposa con mi mejor soldado.
—Levántate y que la venganza te guíe.
Atravesó campos que a su paso arrasó. Pueblos que asoló y tras él, un sendero de muerte creó. Las noticias iban llegando, un guerrero fantasma los caminos a su paso quiebran. Muerte, destrucción, ánimas que arden y tras el guerrero fantasma, nada ni nadie se salva y hasta el mismo infierno se asombra.
—El caballero sin alma le llaman. Dicen mi señora, que su misión es vengarse de su pueblo y si nada lo remedia llegará hasta aquí, yo le prevengo, es su esposo ese monstruo, montaremos guardia día y noche y si se asoma, estaremos preparados.
—No me lo creo, él es noble y jamás traicionaría a su pueblo, y menos a mi, su esposa amada.
—Déjeme montar la guardia y si las historias que cuentan son falsas, nada pasara mi señora.
—Está bien, pero os advierto, caballero, si mi esposo sigue vivo y no es ese monstruo, yo mismo con mis propias manos, mataré al que le haga daño.
—Así sea, mi señora.
El castillo fortificaron, a todo el pueblo armaron, hombres, mujeres, niños y ancianos. Los soldados se entrenaron. Arqueros, lanceros y caballeros preparados.
El día llegó y con el viento de norte una larga sombra de muerte y destrucción trajo. El cielo se oscureció, los ríos de sangre se tiñeron y la tierra de un negro carbón.
—¡RECORDAD, SOLDADOS! ¡NO ES CUALQUIER SOLDADO, ES VUESTRO SEÑOR! ¡PERO TAMBIÉN SABED QUE PUEDE MATAROS! ¡DICEN QUE CON UN EJERCITO EL SOLO A ACABADO! ¡DEMOSTRADLE A ESE DEMONIO DE QUE ESTÁIS HECHOS, SOLDADOS!
Tras una gran mancha de polvo un hombre con dos espadas en mano y con un negro caballo. Las flores, plantas y árboles ardían a su paso. Pájaros, alimañas y humanos corrían a su refugio sin atreverse a mirar al diablo disfrazado de ser humano.
Los arqueros se prepararon y a la voz de su mando las flechas lanzaron.
Como si se tratara de plumas con las espadas las fue parando e incluso dicen que algunas a sus dueños volvieron y en sus cabezas se clavaron.
Lanzaron piedras con las catapultas y ninguna dieron en el blanco.
Cien hombres a caballo salieron a su encuentro, pero él con sus dos espadas uno a uno con ellos fue acabando.
Lanzaron fuego, pero el viento arreció y las llamas apagó.
Aceite hirviendo le tiraron, más el caballo las fue esquivando.
—Abrid las puertas a vuestro señor sino queréis que con vuestras vidas acabe.
—Vosotros ya no sois nuestro amo, él en la batalla murió.
—Abre la puerta, soldado, abre la puerta ya, yo te lo mando.
Nadie se movió de su puesto, nadie respondió a su mandato y de su mano una hoja del más noble acero salió y en el cuello del soldado se hundió.
De una sola patada la puerta se rompió y sobre los soldados con todo su peso cayó.
El caballero sin alma arreó a su montura y atravesó la pared de los guerreros sin que le tocaran la armadura. Sus brazos se movían como si de las aspas de un molino se trataran y no dejó ni un solo hombre con vida y tan sólo sobrevivieron, los que de miedo huyeron.
Subió por las escaleras a ver a su fiel amada y por el camino, mató a todo el que se atrevió a cruzarse ante él y su destino.
—Abre, amada mía, ya tu leal esposo en casa está.
—No abriremos, mi señor —contestó la voz de su mejor soldado y él, creyendo que era verdad su engaño, cubierto de furia derribo la puerta apresando al infeliz soldado.
—Díme, mujer, ¿merecía la pena? ¿Es este guerrero mejor amante?
—yo, jamás te engañé, tan sólo me cuidaba de un monstruo, que antes era mi esposo y ahora asola estas tierras.
—Mientes. Ella me previno —señaló tras de él, a un fantasma con forma de mujer—. Me dijo, que aquí os encontraría a mi mejor soldado con mi mujer. Ahora, muere.
—¡NOOO! —Gritó la esposa y corrió a salvar al soldado, que de rodillas estaba postrado—. Ese ser malvado miente, y lo único que quiere es tu alma porque tus tierras ya las tiene. Mátame a mí si todavía corazón tienes.
Sin soltar al soldado con la punta de su espada tocó a su amada.
—Si eso es lo que quieres —mas su mano temblaba.
—¡QUÉ TE PASA, CABALLERO SIN ALMA! ¿NO TIENES EL VALOR DE TERMINAR CON LA VIDA DE TU ESPOSA? ¡UNA VEZ CON ELLOS ACABES, TÚ Y YO, GOBERNAREMOS TODO EL MUNDO CONOCIDO!
—No le hagas caso, una vez que muramos tú alma morirá contigo —lloraba su amigo.
El caballero sin alma soltó su espada y de rodillas ante su esposa se postró y a su soldado le pidió perdón. La figura con forma de mujer parecía desaparecer.
—¡NO LO PUEDO ENTENDER, YO QUE ACABÉ CON MIL MUNDOS, YO QUE CIENTOS DE ALMAS SEDUJE, CÓMO PUEDE UN SIMPLE MORTAL VENCERME!
—No es el hombre el que te vence —contestó—. Es el amor que lo mueve.
—Estás sangrando y tu cuerpo se va debilitando —Le advertía su fiel soldado.
—Sí, de la muerte me salvó ese ser malvado y así me engañó y ahora que se desvanece, mi cuerpo morirá también. Acuérdate amada mía, lo que al partir te dije.
Los arqueros se prepararon y a la voz de su mando las flechas lanzaron.
Como si se tratara de plumas con las espadas las fue parando e incluso dicen que algunas a sus dueños volvieron y en sus cabezas se clavaron.
Lanzaron piedras con las catapultas y ninguna dieron en el blanco.
Cien hombres a caballo salieron a su encuentro, pero él con sus dos espadas uno a uno con ellos fue acabando.
Lanzaron fuego, pero el viento arreció y las llamas apagó.
Aceite hirviendo le tiraron, más el caballo las fue esquivando.
—Abrid las puertas a vuestro señor sino queréis que con vuestras vidas acabe.
—Vosotros ya no sois nuestro amo, él en la batalla murió.
—Abre la puerta, soldado, abre la puerta ya, yo te lo mando.
Nadie se movió de su puesto, nadie respondió a su mandato y de su mano una hoja del más noble acero salió y en el cuello del soldado se hundió.
De una sola patada la puerta se rompió y sobre los soldados con todo su peso cayó.
El caballero sin alma arreó a su montura y atravesó la pared de los guerreros sin que le tocaran la armadura. Sus brazos se movían como si de las aspas de un molino se trataran y no dejó ni un solo hombre con vida y tan sólo sobrevivieron, los que de miedo huyeron.
Subió por las escaleras a ver a su fiel amada y por el camino, mató a todo el que se atrevió a cruzarse ante él y su destino.
—Abre, amada mía, ya tu leal esposo en casa está.
—No abriremos, mi señor —contestó la voz de su mejor soldado y él, creyendo que era verdad su engaño, cubierto de furia derribo la puerta apresando al infeliz soldado.
—Díme, mujer, ¿merecía la pena? ¿Es este guerrero mejor amante?
—yo, jamás te engañé, tan sólo me cuidaba de un monstruo, que antes era mi esposo y ahora asola estas tierras.
—Mientes. Ella me previno —señaló tras de él, a un fantasma con forma de mujer—. Me dijo, que aquí os encontraría a mi mejor soldado con mi mujer. Ahora, muere.
—¡NOOO! —Gritó la esposa y corrió a salvar al soldado, que de rodillas estaba postrado—. Ese ser malvado miente, y lo único que quiere es tu alma porque tus tierras ya las tiene. Mátame a mí si todavía corazón tienes.
Sin soltar al soldado con la punta de su espada tocó a su amada.
—Si eso es lo que quieres —mas su mano temblaba.
—¡QUÉ TE PASA, CABALLERO SIN ALMA! ¿NO TIENES EL VALOR DE TERMINAR CON LA VIDA DE TU ESPOSA? ¡UNA VEZ CON ELLOS ACABES, TÚ Y YO, GOBERNAREMOS TODO EL MUNDO CONOCIDO!
—No le hagas caso, una vez que muramos tú alma morirá contigo —lloraba su amigo.
El caballero sin alma soltó su espada y de rodillas ante su esposa se postró y a su soldado le pidió perdón. La figura con forma de mujer parecía desaparecer.
—¡NO LO PUEDO ENTENDER, YO QUE ACABÉ CON MIL MUNDOS, YO QUE CIENTOS DE ALMAS SEDUJE, CÓMO PUEDE UN SIMPLE MORTAL VENCERME!
—No es el hombre el que te vence —contestó—. Es el amor que lo mueve.
—Estás sangrando y tu cuerpo se va debilitando —Le advertía su fiel soldado.
—Sí, de la muerte me salvó ese ser malvado y así me engañó y ahora que se desvanece, mi cuerpo morirá también. Acuérdate amada mía, lo que al partir te dije.
"No te olvides de amar, no te olvides de vivir, siente la vida en cada poro de tu piel, si yo no vuelvo, vuela y vive, mujer. Empápate de vida".
Y así el noble señor, venció al mismo diablo, y aunque su alma le costó, al final es el amor lo único que pudo con el mal. Y así su alma salvó.
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