El mundo a mis pies.




Abrí la ventana dejando que la brisa entrara. Se podía oler la mar y su sonido rompiendo contra el acantilado. Cerré los ojos, en un acto reflejo, pues hacía ya muchos años que ninguna imagen se reflejaba en ellos, y lo vi ante mí, como un sueño. Una mar bravía, chocando contra las rocas y esparciendo su espuma sobre mi cuerpo, pude sentir cada gota cayendo en mi cara. Me vi surcando océanos sobre el viejo velero.
Salí al exterior y me asomé al acantilado, mis pies rozaban el borde. Las gaviotas me llamaban, parecían decirme que volara con ellas. No era tan difícil. Un pequeño impulso y surcaría por siempre sobre esos acantilados, mi cuerpo se pararía, pero mi mente vagaría por siempre en el viento.
De pronto noté el roce de una mano sobre la mía, no me agarró ni siquiera intentaba detenerme, solo estaba ahí, me sujetaba sin presión.
—Es precioso. —Era una voz suave, de mujer.
—Lo sé. Yo mismo mandé construir la casa en este lugar, pero eso fue hace mucho tiempo, ahora da igual.
—¿Por qué? Puedes disfrutar igual, solo tienes que imaginarlo.
—No sé quién eres, pero no dirías eso si tuvieras mis impedimentos.
—Y tú no dirías eso si me vieras, además de ciego estás sordo y no has oído llegar mi silla de ruedas.
—¡Oh! —Me sentí estúpido—. Lo siento, pero tú al menos ves.
—Hazme un favor —me dijo—. Agarraté a la silla y demos un paseo.
Fue guiando mis pasos mientras hablaba. La verdad es que fui bastante estúpido, apenas hablé con monosílabos, pero ella no se calló en todo el trayecto. Fuimos bajando hasta la playa, mientras ella me iba contando todo lo que veía. Era increíble, pero era como si lo viera. 
No había conocido a nadie como ella, era pura alegría. Su risa era permanente y a pesar de su discapacidad era ella la que infundía esperanza en todos la que la conocimos.
Al llegar a la playa dejamos la silla a un lado y se subió a mi espalda, aún ignoro como me convenció para ello. Llegamos hasta el agua y me invitó a bañarme.
—No tengo bañador —me excusé.
—¿Y para qué lo queremos? Aquí no hay nadie, tú no me ves y a mí me da igual. No eres el primer hombre que veo desnudo. Además, era lo que querías, ¿no? Hace un momento estabas dispuesto a saltar al agua.
Nos lanzamos al agua. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de la libertad de moverme sin miedo.
Puedo decir que aquel día salvó mi vida. Ignoro si hubiera tenido el valor de saltar, pero aunque no lo hubiera hecho ya estaba muerto en vida y ella fue el ángel que llegó para salvarme.
Durante un tiempo fuimos felices, ella era mis ojos y yo sus piernas. Ambos sabíamos que todo es fugaz y ella lo era aún más. Su paso por la tierra fue como la de una mariposa, efímera y dando belleza y color a su paso.  Ella me enseñó a amar y apreciar lo que tenemos.
El mundo, desde que la conocí, está a mis pies.

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