Eso lo cambió todo.
La noche nos transforma, la noche tiene esa magia que nos envuelve, que retiene los sueños del corazón viajero, es un vuelo que cruza los sueños y es ahí cuando esperamos encontrar al compañero perfecto.
Y mientras esperas, el final del viaje llega, y nadie te espera. Esperas en silencio, ese silencio, que como guirnaldas, se enreda entre nuestros cuerpos. No es soledad lo que nos envuelve, no es el vacío lo que esconde, es la inmensidad de nuestros gritos, son los silencios a lo que nuestros cuerpos responden. La paz de un universo vacío
Sucedió un otoño, un otoño cualquiera:
Me acerqué a la cafetería en una noche de lluvia, entonces la vi. Ahí estaba Ella. Al abrir la puerta una ráfaga de aire frío sacudió el establecimiento, todos quisieron saber quién había llegado, para un segundo después seguir con lo suyo, todos, menos ella. Me observó, como se observa un cuadro, despacio y de hito en hito. La verdad, no me molestó, porque yo hice lo mismo, en un principio no fui consciente de mi reacción, luego no quise retirar la vista, ella seguía mirándome. Me acerqué al mostrador, pedí un cortado, bien cargado. Al girarme me di cuenta que todas las mesas estaban ocupadas, la mujer me seguía mirando. Se deslizó hasta el asiento pegado al ventanal, dándome a entender que podía sentarme. Así lo hice.
No fue un café, fueron más, ya no recuerdo cuántos. Cuando salimos del bar ya era de noche, creo que el camarero nos echó. Me sentía a gusto con esa mujer, era como si la conociera desde siempre. Ella se reía con mis bobadas, su sonrisa me enamoró más si cabe y entonces sucedió.
Un beso, tan solo eso, un beso y lo hizo tan sutil, tan delicado, tan… fácil. Lo hizo sin saber que eso lo cambiaba todo.
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