Lo que la niebla esconde.




... —Esa niebla tiene algo que no me agrada, Ceridwen. Es fría y húmeda y parece arrastrar lamentos de tierras extrañas, como si los seres del Otromundo estuvieran intentando pasar a este —Crewe hablaba divertido, pues sabía de los miedos de Ceridwen a la niebla.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ceridwen.
—No hables de ellos a la ligera, Crewe, puede que tengas razón. Sabes que el agua, y en especial los ríos, son la puerta de acceso para pasar al Otromundo. Y ahora que nuestros mundos se han mezclado no sé muy bien dónde se encuentra el límite. Conocí un lugar donde las historias de mitos y leyendas se confundían con el mundo de los mortales. Donde dioses y hombres convivían sin problemas. —Sloane gruñó de nuevo. Ceridwen no sabía si era a la niebla o al soldado que se acercaba. Crewe sacó su mandoble—. Tranquilo Crewe. Deja que se acerque. No creo que pueda hacernos nada y no creo que lo intente. Está más muerto que vivo —Crewe enfundó de nuevo su mandoble, pero se mantenía alerta sujetándolo con fuerza.

—«Como te decía: ese lugar es donde me crie y donde mis ancestros me enseñaron todo cuanto sé. Hablaban de un gran Señor venido de tierras lejanas, que desolado y triste llegó hasta el hogar de los druidas del norte.
»Aquel Rey llegaba escapando de los tormentos que deja la noche, de los gritos que el estruendo del silencio tronaba en su cabeza. Recorrió senderos arrastrando con él a príncipes y mendigos, a soldados y bardos, que desnudos se presentaban. Recorrieron senderos de fábulas y sueños, arrastrados por el viento que lleva el lamento de muchos infiernos en sus huesos.
»Lo vieron llegar, lo sintieron, como se siente llegar al invierno. La piel se rasgaba y la luna menguante sujetaba sus pies cansados. Vino liberando la carga de un pasado que arrastraba.
Cuentan que ese rey, Rey de reyes lo llamaban. En su día gobernó sabiamente. A él llegaban ricos mercaderes y reyes de otras tribus para casar a sus hijas, o para pedir consejo.
Durante largos años fue un reino próspero. Supo mediar en todo conflicto. Gobernó sabiamente, pero también con mano firme conquistó muchas tierras en el norte. Era fuerte y sabio, era querido, pero también odiado y envidiado.
»Cuentan que llegó hasta más allá de las tierras conocidas. Los grandes druidas de su reino le aconsejaron que no fuera más allá, que nada conocían de esos lugares, donde mar y tierra se confunden y nacen bestias sin nombre, pero el hizo caso omiso a sus advertencias y uniendo a todos las tribus del norte, mandó cargar. Miles de hombres y mujeres obedecieron sin vacilar, cargaron contra los seres que habitaban esa tierra. Temblaban ante su paso ciudades y reinos, que desnudos de almas albergaban cuerpos sin vida y almas sin cuerpo.
»Cuentan que los soldados vieron aparecer a seres ingrávidos, que parecían lamentarse entre gritos de una vida sin final de sufrimiento, una vida que les esperaba a los que allí habían entrado. Muchos quisieron escapar. Las almas de los difuntos sujetaban sus extremidades atrayendo hacia el inframundo donde vivirían eternamente. Todos los que de allí huyeron, incluido el Rey. Escuchaban tras de sí a esos seres sin cuerpo que se arrastran en esas nubes de vapor. Cada día despertaban entre gritos, sabiendo que tras ellos hay seres que les reclaman, que se alimentan de sus miedos y que cuanto más quieren alejarse más cerca están de ellos.
»Aún se escuchan sus lamentos en un intento de vivir, y entre gritos la noche se rompe. Hombres y bestias fueron arrastrados hasta donde el silencio y el olvido es el sonido del infierno.
»Y no importa lo lejos o cerca que estés, no importa si puedes abrazar a los que perecieron o si puedes recoger el cuerpo de los caídos. Si has sido acogido en el reino de los dioses ya escapar de ellos no puedes, pues profunda es la cicatriz que en la tierra dejan, que tras el viento de primavera la luna plateada deja su huella».

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Crewe, quizá por influencia de lo que Ceridwen le había contado, pero le hizo mirar tras de él. Una espesa niebla cubrió todo cuento veía y pareció taparles como si se tratara de un manto que los protegiera o les hiciera prisioneros. El mandoble de Crewe quiso escapar de su funda, pero la mano de Ceridwen la volvió a guardar.
—No amenaces a esos seres. —La niebla pasó entre ellos y durante unos segundos Crewe creyó no poder respirar, pronto se levantó, tan rápido como había llegado, y un precioso día, y un romano, apareció ante sus ojos, tan desconcertado como ellos tres... . 

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