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Gabriel(a).

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Se encogió de hombros, callada. Sus manos temblaban al agarrarse al vaso que descansaba a su lado, envuelto entre las grises sombras del mostrador. Los escasos feligreses que dormitaban en el local apenas sentían la necesidad de saber; tan solo deseaban que las agujas del reloj se detuvieran para seguir bebiendo. Gabriela bebió el contenido del sucio vaso de un solo trago y su laringe ardió, pero no movió las cuerdas bocales para emitir quejido alguno. Dio dos golpes secos en el mostrador, y lo que significaba el camarero ya lo sabía. Un nuevo y amarillento líquido cayó sobre el vaso. El barman quiso saber quién se escondía tras las sombras que esparcían las amarillentas luces de las lámparas, que apenas alumbraban su cara, y si lo hubiera hecho, no hubiera dudado en apagarlas. Un televisor permanecía en un inquietante equilibrio sobre una estantería. El polvo acumulado dificultaba su visión, pero el sonido era claro. En algún lugar del mundo la guerra continuaba, en otro c

A un palmo de distancia.

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… Tan solo un par de horas antes, después de haber pasado la noche haciendo el amor. Miraban al techo. La luz del alba se colaba por el ventanal y daba calor a la habitación. A Muro le encantaba despertarse recibiendo la luz del sol sobre su cuerpo; aunque hubiera trasnochado, jamás cerraba las persianas, y las cortinas eran mero adorno, apenas tapaban nada; cualquiera desde el exterior, si es que alguien pudiera encaramarse a un balcón del séptimo piso, vería el interior de la habitación. Lima se acurrucó colocando su cabeza en el pecho de Muro, mientras le acariciaba con sus uñas. —Esto es maravilloso. ¿No te parece, Pablo? ¿No te gustaría despertar así cada día? —dijo una sonriente y feliz Lima. Muro no entendió entonces a qué se refería ella. —Sí que lo es —respondió un alegre Muro—. Deberíamos repetir esto más a menudo. Trabajamos demasiado. —Me voy a preparar el café, me daré una ducha y me iré a casa. Tengo cosas que hacer. —Se levantó como un resorte y se marchó, dá

Una pareja más.

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… Lima, al contrario que la mayoría de sus compañeras, después del espectáculo, se quedaba en el club para beber unos tragos, decía ella. Necesitaba relajarse un poco antes de volver a casa. Se dejaba ver en la esquina de la barra, donde la luz apenas rozaba su cara e intentaba pasar desapercibida, aunque resultara difícil para una chica atractiva no ser vista en un club de hombres. Muchos eran los borrachos que se acercaban y le ofrecían compañía a cambio de unas cuantas copas y unos pocos billetes, pero ella siempre los rechazaba. Si el tipo se ponía pesado, ella hacía una señal a alguno de los porteros y ellos se encargaban de sacarlo sin ningún tipo de refinamiento. Muro, esa noche, la noche en que conoció a Lima, se encontraba bebiendo en la barra como si no hubiera un mañana, mirando a las chicas que bailaban en las barras. Se giró para pedir otro chupito cuando reparó en Lima que le observaba al amparo de la oscuridad de su rincón favorito. Él levantó el vaso para sa

Retazos de una despedida.

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… El viento soplaba sin fuerza; era una agradable brisa proveniente del oeste. Aimar saboreó el aire como el que sorbe una taza de café, sintiendo como penetraba en su interior. Durante unos segundos se dejó llenar y llegaron hasta su mente las imágenes de una mañana de otoño, que como un fuego abrasador quemaba su cuerpo. Fue la última mañana en la que pudo disfrutar sin miedos, sin prisa, sin ataduras, saboreando cada momento con su mujer; cuando ignoraba lo que el destino les tenía preparado y cuando lo único importante eran ellos tres. Su mujer le miraba con ojos de enamorada, y su hija disfrutaba de su padre, pues en contadas ocasiones sucedía tal acontecimiento. Ahora su mujer no estaba y la echaba de menos; echaba de menos esa sonrisa que iluminaba el aire; echaba de menos su mirada, que traspasaba su alma; echaba de menos cuando llegaba al hogar y ella le esperaba, y cuando no le esperaba también; echaba de menos sus enfados; sus palabras amables y sus insultos; ech

En el silencio de la noche.

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En el silencio de la noche, Aitor se despertaba sobresaltado: ¿había sido un sueño, o había escuchado algo? Anne, su mujer, dormía profundamente en el sofá, igual que él segundos antes, y en el televisor se veía a una presentadora anunciando productos milagrosos. «Llame ahora», decía un cartel bajo ella y un número de teléfono aparecía parpadeante, pero el sonido estaba tan bajo que no era capaz de escuchar lo que decían. Lucas meneó a su mujer para que despertara. Anne emitió un casi inaudible sonido gutural. —Anne —la llamó. Apenas se escuchó y Anne no reaccionó—. Anne —volvió a insistir. Esta vez con más ímpetu. La zarandeó tanto que Anne se asustó. —¡Pero qué haces! —protestó—. Ya te he dicho que me dejes dormir. Que aquí duermo y en la cama no puedo. —No es eso —le dijo él, colocando su dedo en los labios para que no gritara. Señaló con su mano a la planta de arriba. Durante unos segundos ninguno dijo nada, permanecían en silencio, esperando algo. La madera volvió a crujir. Aitor

Sin despedidas.

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Es esa sensación de cuando pasas por un lugar donde tienes ese recuerdo. Más que un recuerdo sientes como todo a tu alrededor cambia y regresas al día en que todo sucedió o a la edad donde todo pasó. Porque más que recordar, regresas, das un salto al pasado. Notas que todo lo que te rodea se transforma y es tal y como lo recordabas. Por un segundo, por una décima de segundo, por una milmillonésima de segundo, vuelves a ese día, a esa sensación. Un segundo después intentas desplazarte de nuevo, pero no puedes, y si lo haces el viaje es más corto, y cada vez que lo intentas la sensación se va recortando, hasta que ya no te es posible hacerlo. Y eso te frustra. Creo, que no se recuerda, que se viaja al pasado por un segundo. Es ahí, en esa esquina, donde los recuerdos se vuelven sensaciones, donde la realidad es otra, es ahí, donde viví esa despedida de la que nunca me deshice, la despedida que nunca hice y que nunca me abandonó. El tiempo se detuvo en ese instante, ese moment

Una nota en el espejo

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Un nuevo día llega, un nuevo amanecer nos descubre. Despierto sin miedos, sin sueños. Esa mañana que nos libera, esa mañana que nos seduce, abro de par en par mi alma, y entra esa luz que nos abraza, nos rompe, nos compone y descompone. Pronto llegará la noche y con ella los sueños, que nos acogen y recogen, nos acunan y cuidan, pero al despertar otros sueños nos acogerán, sueños verdaderos, sueños sinceros, sueños de los que no quiero despertar. La luz se esparce por la habitación, parece romper las leyes del universo, y me parece ver cómo viaja lento a través de la estancia hasta llegar donde yace el cuerpo de una hermosa mujer desnuda. Suave, la luz se desplaza, como si el tiempo se hubiera detenido, apoyándose en sus caderas y deslizándose por su cuerpo, como temiendo despertarla. No recuerdo muy bien cómo he llegado hasta aquí ni de quién es el cuerpo que me acompaña. Su piel es blanca, parece dormida. Las imágenes se me suceden, como fotogramas. Y como entre dulces y