La bruja de mendia cutthroat
Recorría el sendero
que discurría paralelo a la autopista. Encontró una desviación tal
como le habían dicho y la tomó.
El camino se iba estrechando por
momentos y los arboles se iban haciendo cada vez más frondosos,
después de cinco minutos ya se estaba arrepintiendo de haberlo
tomado, pero ya no quería regresar. Su enfermedad se iba agravando
por momentos y ya no había cura, así que no tenía nada que perder.
— Hay una curandera que dicen que es muy buena, la bruja de mendia
cutthroat, acércate. No pierdes nada —le había aconsejado su amigo
Gustavo.
Los árboles ahora se retorcían de una extraña manera,
parecían sufrir a medida que iban creciendo, apenas existía
follaje, ramas retorciéndose y amenazando con atraparle si pasaba,
el coche ya apenas entraba entre ellos, llegó el momento que tuvo que
pararlo y seguir el camino a pie.
—Maldita sea, no puede ser por
aquí, me he debido confundir. —Cuanto más se adentraba más se iba
estrechando y prácticamente era imposible seguir, cuando se iba a
dar por vencido vio una casa. Tuvo que agacharse entre las ramas y
pasar a gatas. Se levantó y vio a una mujer delante de él. Era
hermosa, su piel era blanca como la leche, llevaba gafas de sol a
pesar de que los rayos de nuestra estrella no pasaban a través de
las ramas y el día estaba gris.
— ¿Éres un perro quizá?
— Por qué dice eso, no hay otra forma de pasar.
— Y quién le manda hacerlo,
esto es una propiedad privada.
—Estoy buscando a la curandera.
—Aquí no hay ninguna curandera.
— Lo sabía, me he debido confundir
en alguna parte del trayecto, lo siento.
— Otra cosa es que busques a
la sorgina de mendia cutthroat.
— Es aquí?
— Claro y, ¿para qué
la buscas si puedo saberlo?
—Es algo que debo hablar con ella.
—De
acuerdo, pasa. —Le llevó entre unos matorrales y al salir un
esplendido jardín apareció ante sus ojos, no se lo podía creer,
arboles milenarios, arbustos y cientos de flores y plantas de todo
tipo convivían perfectamente cuidados. Sin embargo la casa era muy
humilde y vieja, para nada bien cuidada, los años y el clima iban
haciéndose cargo de ella.
— Las escaleras del porche no resistirían
otro invierno —pensó Alan al subirlas.
La estancia era pequeña y
agradable, el crepitar del fuego lo hacia, si cabe, aún más.
La iluminación era escasa, pero hasta eso era bueno y la poca luz que entraba por
las ventanas y la de la chimenea bastaba. Se sentó en una silla de
madera al lado de la chimenea y ella se sentó pegada a él.
El estar
pegado a ella le producía nerviosismo y no sabía por qué.
— Bien, dígame,
qué quería.
— Se lo diré a la bruja.
— Yo soy la bruja. —Comenzó a
reír al ver la cara que puso de alelado, su risa cada vez se fue
incrementando más de volumen y de pronto se calló.
— Te estás
muriendo y crees que yo puedo ayudarte, pero no puedo, ¡largate! La
muerte y yo tenemos un pacto. Una vez que ella te ha tocado yo no
intervengo, amigo.
— Por favor, tengo dinero, te lo daré todo.
— La
única forma de curarte es con mi sangre, si bebes de ella te
curaras. Bien, cuanto estás dispuesto a darme.
— Dime, qué quieres, te
daré lo que me pidas.
—Todo lo que puedas sacar en una semana y
quiero algo que no es material. Tu alma, quiero tu alma. —Los dos se
quedaron callados durante unos segundos, mirándose, que a Alan le
parecieron horas.
—¡Lárgate! Si no estás dispuesto a dármela, vete.
—De acuerdo, tendrás mi dinero, dentro de una semana estaré aquí y
tendrás mi dinero y mi alma.
A partir de ese día no pudo dormir, ni
comer. Los sueños le atormentaban día y noche. Almas torturadas en
el infierno le venían a visitar, se retorcían entre lamentos y le
invitaban a seguirles.
Llegó el día y llevó algo dinero y un gran
cuchillo que escondió.
— Aquí está todo lo que he podido reunir,
ahora cúrame.
—¿Esto es todo? ¿Me tomas por tonta? Primero tu
alma.
— Ni lo sueñes, bruja. —Dicho esto saltó sobre ella y le clavó
el cuchillo en el corazón. De él brotó una sangre espesa y negra.
Se lanzó a beberla mientras la bruja se retorcía entre estertores.
Salió corriendo y al mirar atrás vio a la bruja mirando mientras
reía. Corrió todo lo que pudo hasta llegar a casa.
— Maldita sea,
no puede ser, la he visto morir.
Pasaba el tiempo y su enfermedad no
mejoraba y las pesadillas iban en aumento. Decidió ir a visitar a la
bruja. Cuando llegó a la casa, la bruja le estaba esperando.
—Pasa,
no te preocupes, no te haré nada.
—No me curó y bebí de tu sangre,
me has engañado.
— Ja, ja, ja —reía la bruja—. Pues claro, hombre soy
una bruja, pero tú también lo hiciste. ¿Creíste que podías matar
a una bruja con un cuchillo? Ya te dije que la muerte y yo tenemos un
pacto y no puedo romperlo, pero también tenemos otro y es que si
consigo tu alma antes que ella yo me mantendré joven y la tuya ya la
tengo; y eso lo conseguí cuando intentaste matarme.
Que tal como estas; interesante tu relato, no soy un experto, igual que tu hago relatos parecidos al tuyo y creo que hace falta un poco más de nudo al relato, es decir prolongar un poco la trama antes del final...pero si andas bien encaminado, aunque respeto al maximo tu imaginación y talento...EXITOS...
ResponderEliminarBuenos días, José.
EliminarPrimero de todo, gracias por leerme y comentar. Te lo agradezco, pero se trata de un Microrrelato. Podría alargarse mucho más, pero ya no sería microrrelato. Quiero que la gente me lea y en Internet es difícil si lo largas en demasía.
Un saludo.