Te cambio una flor por tú sonrisa




  Tardes de tormenta en la cabeza, te mueves no por andar sino por no quedarte quieto, por salir de la rutina, por escapar de ti mismo, por no querer oírte y escuchar otras voces que no sean las de tu pasado, pero peor que las tardes son las noches, no duermes y si lo haces no sueñas, vives tus pesadillas, mueres en cada una de tus esquinas, náufragas en tus mares con tus tempestades, el sol vuelve a salir te dicen, si claro pero la tormenta interior no te deja verlo y cuando crees verlo es para cegarte.
No me mires, no me hables y si lo haces no pretendas que te sonría, acepta que no quiera ser como tú. No quiero que me sonrías y si me odias mejor para mi así no tendré que agradecerte nada ni tú a mi.

La playa estaba gris como yo y por eso me gustaba, paseaba por la orilla y aunque parezca una contradicción, estaba contento de que todo pareciera triste como yo.
- Buenos días señor.- Una niña me miraba sonriendo, no levantaba dos palmos del suelo, pero su sonrisa era tan sincera.- Ha pisado mi flor ¿podría levantar el pie?
- ¡Oh! Lo siento.- Le dije entregándole una flor aplastada.
- ¿Por qué está triste señor?
- Porque te he aplastado la margarita y me gustaba para mi.
- No importa, tengo más. Tenga esta.- Sonreía mientras me entregaba otra.
- ¿Y tú? Te quedarás sin margaritas.
- Pero a cambio tengo su sonrisa.- Mi cara debió ser de tonto total porque no dejaba de reír cuando corriendo en dirección  contraria hacia su madre y se giraba mirando hacia mi.
Ese momento mágico me dejó tocado. Una niña me había dado una lección que no olvidaría y pensando que la única sonrisa que me quedaba se la había llevado, merecidamente por otra parte, una niña. Me marché, triste sí, porque mi vida ya no podía ser de otra forma después de que la desgracia en forma de enfermedad se llevara parte de mi alma, pero una sonrisa empezó a florecer en mi cara.
Un día después y una tarde más paseaba por la playa por no estar quieto, mis pensamientos paseaban por la misma playa, pero un día anterior cuando una niña me robaba la única sonrisa que me quedaba, cuando mi atención se centró en la mujer que el día anterior estaba en la playa con la niña. No podía dejar pasar la oportunidad y darle las gracias, se me ocurrió buscar margaritas y no fue difícil, al pie de la playa en el monte había miles de ellas.
- ¿Una sonrisa? Le dije sin previo aviso mientras le ofrecía las flores.
La mujer me miraba sorprendida y de pronto de sus ojos asomaron lágrimas.
- Oh, lo siento, no quería molestar, tan solo ofrecerle estas margaritas a su hija para darle las gracia por lo de ayer.
- ¿Como dice?
- Si, ayer su hija me cambió una sonrisa por una margarita.
La mujer se agarró la boca con la mano y lloró con más fuerza.
- Como sabe que mi hija decía eso, no le conozco.
- Su hija me lo dijo ayer, ya se lo he dicho.
- Mi hija murió hace dos años.
- No puede ser, ella me habló ayer y la vi corriendo hacia usted.
- Lo sabia.- Lloraba la mujer.- todo este tiempo he notado su presencia, sabía que estaba conmigo y le creo porque esa frase no la conoce nadie. Yo se la decía a ella.

Ana y yo continuamos una larga conversación, me enseñó fotos de su hija que llevaba en el teléfono y pude ver que efectivamente era la niña, después de ese día seguimos viéndonos todos los días en la playa y hoy en día vivimos juntos, no digo que no me acuerde de mi antigua enamorada y que mi vida sea del todo feliz y Ana vive con el recuerdo de su hija cada día, pero aquella visita a la playa hizo que nuestras vidas cambiaran y fue su hija la que propició tal encuentro de eso no nos cabe ninguna duda.

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