El guerrero enamorado.





Yo, que he surcado mares, montañas, valles, laguna, ríos y ciénagas. He recorrido el mundo sin temor a la muerte, he visitado el inframundo, me he drogado hasta casi perecer, he visitado y asistido a moribundos y a recién nacidos, he bailado con la muerte, me enfrente a bandidos, guerrilleros y militares, conozco todo lo que hay que conocer de este mundo y del otro y he aprendido que si quieres ser libre nada tiene que influirte, nada tiene que llenar tu corazón, vacía tu mente y que fluya, que tu alma vuele lejos, que vuele alto, que ni el tiempo ni la distancia te detenga, que las alas de tu libertad no rocen tus recuerdos, sigue adelante. Conviértete en un sueño, siente esa libertad, roza el cielo, se como el viento, ligero como una nube, fuerte como una tormenta, penetrante como la lluvia, rápido como un rayo, deslumbrante como el relámpago y fugaz como el arco iris. Llegarás lejos, Volarás alto, aunque ten cuidado, si no quieres caer, sigue soñando. Que nada te detenga, ni siquiera el tiempo. Vive bailando con la vida y con la muerte, baila lento y agarrado, como un alma libre, sin perjuicios, sin miedos. Tan sólo hay algo que puede detenernos.
La vi reflejada en el mar, mientras contemplaba la luna, su silueta fluctuaba con las olas, estiró su brazo y parecía tocar la sombra de Selene. Caminó hacia mí sin saberlo, entre los senderos de mi alma, en los poros de mi piel se introdujo.
La vi bailar bajo la luna, quise seguirla más no podía verla. De las estrellas me colgué para admirarla.
Su sombra se perdió entre el bosque, perseguí su aroma, nunca había olido ese perfume de dioses. Su fragancia me enloqueció y perdí por primer vez en mi vida las percepción del tiempo, y al despertar de mi letargo pude darme cuenta que me había perdido. El bosque era oscuro y siniestro, yo que he lidiado con todo tipo de diablos y entré en mil infiernos, supe que ese era el último refugio de un ancestral mal.
No temo a nada ni a nadie y mi alma está pudriéndose por lo que nada tengo y nada puedo perder. La muerte no me asusta, la vi de cerca, la miré cara a cara y le enseñé los dientes. Pero no soy tonto y sé cuando algo anda mal. Regresé tras mi pasos y entonces la vi. Era hermosa como una primavera, frágil cual mariposa, se asemejaba a una ánima, vestida de blanco inmaculado, pálida de piel y oscuro cabello. El viento mecía su vestido y su larga melena. Corría más que andar y daba la impresión de flotar en medio de la hojarasca.
—¡Espera! —Le dije, pero no se detuvo, siguió su camino hasta una casa de piedra.
Sus paredes eran altas y sin ventanas, al menos por el lado donde me encontraba, una fuerte puertas de hierro como único hueco en la pared. Se escuchó los cierres del portón al cerrar por dentro. Di vuelta a la casa y tan sólo se veían dos altas ventanas.
Llamé a la puerta sin ningún resultado.
De pronto un grito desgarrador se escuchó dentro de la casa. ¡¡¡AAAAAGGGGGHHHH!!!
—No desistiré —me dije—. Aunque sea lo último que haga.
Sabía que ponerse nervioso en estas situaciones no soluciona nada y me calmé, me senté y me desnude de todo miedo ante mis silencios, me dejé llevar por los sueños de la noche. Caí en un profundo trance y la vi, la retuve en mis pupilas, la lluvia caía fina como una cortina y la envolvía.
—Sacude tu alma —me susurró al oído, acariciando con sus labios mi lóbulo. Sentí un escalofrío y mi cuerpo tembló—. Sacude tu alma. La lluvia no te deja ver.
Abrí los ojos y vi ante mí la mansión y un cielo inmaculado. Las estrellas formaban el camino y la luna clara iluminaba el sendero hasta la casa, un árbol se mecía con la brisa golpeando en la ventana y entonces lo vi claro. Tan sólo un problema, no podría trepar con la espada larga ni con la armadura. Me despojé de todo y tan sólo subí con la espada corta, la que usaba para las distancias cortas en los muros de escudos.
Trepé por su tronco, no era fácil, pues estaba despojado de ramas y a medida que ascendía el árbol cedía a mi peso y se torcía, cuando ya no soportaba más mi cuerpo decidí mecerme con él, balanceándome como un reloj de péndulo. Apunto estuvo de romperse y salté hacia la ventana. El árbol cedió y salí despedido agarrándome en el borde del saliente. Espada en boca choqué con mi cuerpo en la pared cortándome los labios. No me quejé, muchas batallas había vivido y mi cuerpo estaba poblado de cicatrices, algunas mortales para un hombre normal.
Subí hasta ponerme en pie. Apenas tenía espacio. Retrasé el puño derecho y golpee con fuerza el cristal. Los cristales se me clavaron en la mano, continué sin quejarme. Abrí la ventana y entré en la habitación.
Más que una habitación parecía una celda, estaba fría y no tenía muebles. Noté la presencia de alguien. Agarré con fuerza mi espada.
—Detente soldado —dijo una voz salida de la oscura mazmorra—. Si no quieres arrepentirte, sal por donde has entrado.
—Quién lo ordena.
—Yo, el guardián de la mazmorra —de entre las sombras surgió el ser más alto y grande que jamás vieran mis ojos. Sus musculosos brazos abarcaban dos veces los míos y sus piernas asemejaban columnas. Tan sólo había algo que era ilógico para un guardián. Era ciego, tenía dos agujeros oscuros donde antes debieron estar los ojos.
—¿Y cómo me lo vas a impedir? —Se fue acercando a mí con las manos vacías y eso no me gustó en absoluto, pretendía que confiara, pero yo no me fío de nada en este mundo ni en el otro y de repente, como una serpiente lanza su cabeza para clavarte sus dientes, agarró con su mano una pesada espada que llevaba a la espalda y lanzó un certero ataque. Lo esquivé ladeando mi cuerpo y ataqué al mismo tiempo clavándole mi espada en su pecho. Tampoco se quejó. Cayó de rodillas y se fue apagando poco a poco.
—No...eres el... primero que vie... ne..., pero  sí el...pri...me...ro... que me vence...- Consiguió decir entre jadeos antes de morir.
—Te creo fiel guardián, descansa en paz.
Dejé atrás al guardián y me dispuse a atravesar la puerta de madera que daba a otra sala. Estaba abierta.
De pies en la pared tras unas rejas estaba la bella dama, se encontraba atada con cadenas a la pared. En la boca una mordaza le impedía hablar. De detrás de la puerta saltó algo, me agaché al mismo tiempo que giraba mi cuerpo y lanzaba una estocada hacia arriba. El hombre caía muerto encima de mí, su cara quedó pegada a la mía y pude ver que también este era ciego.
No sabía porqué los guardianes eran ciegos, que mente perversa podía hacer tal cosa, dejar ciegos a unos hombres y atar a una mujer.
Quise abrir las rejas, pero no sabía cómo, los guardianes no disponían de llaves.
—¿Sabes tú, bella dama, cómo puedo abrir esta mazmorra? —Movió afirmativamente la cabeza. Alzó la cara señalando para que le quitase la mordaza. Estiré la mano con mi espada a través de las rejas y se la corté.
—Gracias mi amado caballero —su voz era música celestial, más que hablar parecía cantar como los ángeles y junto con su visión era irresistible. Como una nube se desdobló y salió de su cárcel atravesando las rejas, me abrazó y me dejé llevar por su música y ese cuerpo y cara perfectos, no pude resistirme a sus encantos, puro amor en un ente, no sé si salido del cielo o del infierno. Ahora contemplo soles en sus ojos, inmaculados cielos de estrellas en su mirada, una luna clara y firmamentos veo. Veo crear galaxias y a capricho suyo destruirlas. He contemplado mundos arrasados en esos ojos bellos.
Lo cierto es que a estas alturas ya me da igual, me dejo llevar y mi cuerpo se consume pegado al alma de esta mujer.
Yo que lidié tantas batallas, yo que tantos infiernos pisé, yo que tantos demonios maté, yo que me creía invencible y que nada podía detenerme, tan sólo una cosa puede con todo en el universo. Es la fuerza que lo creó la única que destruirla puede. EL AMOR.

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