La ruta de Ealar Catach (Cyriam Mèin) - II
Cuentan que dos jóvenes amantes en su amado hogar felices vivían y hasta la luna envidia les tenía.
—Y con mi piel un lienzo haré, para que mis poemas leas—.le cantaba Dior Boiseid a su fiel esposo Cyaram Mèin.
—Y De colores de tu cuerpo acuarela sacaré y con mil trazos de amor te amaré.
Allí en su jardín, frente al mar, amor eterno se juraron y con sangre lo sellaron.
—Y con mi piel un lienzo haré, para que mis poemas leas—.le cantaba Dior Boiseid a su fiel esposo Cyaram Mèin.
—Y De colores de tu cuerpo acuarela sacaré y con mil trazos de amor te amaré.
Allí en su jardín, frente al mar, amor eterno se juraron y con sangre lo sellaron.
El soldado y su amada tranquilos vivían y sin oro ni fortuna eran felices y ahí morirían.
—Sobre tu alma un cuadro pintaré y mi amor así plasmaré —cantaba la bella dama.
Una anillo se forjaron y en él sus nombres grabaron. En su casa de madera junto al río vivían, con su perro y su caballo fiel amigo de mil y un batallas y ahora descansando.
Se amaban con tanta pasión que el Dios del mar sus olas les regaló.
En los tranquilos acantilados los dos vivían enamorados. El viento acariciaba sus caras y entre besos y risas la vida pasaba.
Un día cuando el sol mas lucia, una nube la cubrió.
—Un mal presagio veo, un oscuro presentimiento.
Y tras la nube un soldado y tras el soldado una misión. La guerra nos espera y allí mismo una orden les dio.
A la guerra le ordena su señor, su amada llorando se quedó.
—Juro que volveré, amada mía, lo juro por mi honor —a tierras extrañas partía el soldado y allí el corazón roto de su dama dejó.
El tiempo pasaba y el joven guerrero la fama ganó, llegaban hasta su casa noticias de la guerra que el joven soldado ganaba todas las contiendas.
—Pero aunque todas las guerras ganes este lugar sin tu presencia es triste.
»Siento que me falta tu cuerpo y que regreses quiero.
—Sobre tu alma un cuadro pintaré y mi amor así plasmaré —cantaba la bella dama.
Una anillo se forjaron y en él sus nombres grabaron. En su casa de madera junto al río vivían, con su perro y su caballo fiel amigo de mil y un batallas y ahora descansando.
Se amaban con tanta pasión que el Dios del mar sus olas les regaló.
En los tranquilos acantilados los dos vivían enamorados. El viento acariciaba sus caras y entre besos y risas la vida pasaba.
Un día cuando el sol mas lucia, una nube la cubrió.
—Un mal presagio veo, un oscuro presentimiento.
Y tras la nube un soldado y tras el soldado una misión. La guerra nos espera y allí mismo una orden les dio.
A la guerra le ordena su señor, su amada llorando se quedó.
—Juro que volveré, amada mía, lo juro por mi honor —a tierras extrañas partía el soldado y allí el corazón roto de su dama dejó.
El tiempo pasaba y el joven guerrero la fama ganó, llegaban hasta su casa noticias de la guerra que el joven soldado ganaba todas las contiendas.
—Pero aunque todas las guerras ganes este lugar sin tu presencia es triste.
»Siento que me falta tu cuerpo y que regreses quiero.
»Siendo tu sombra que no se separa
Siendo tu luz que alumbra tu camino.
Pero un día la joven amante la luna de sangre vio y de esa, la última guerra su joven soldado ya no volvió.
Tiende la mano y le ve a su lado, en esas noches que no terminan. Coges mi alma amado mío yo quiero partir contigo.
El soldado mal herido en el campo de batalla a su señora llamaba y en un sueño hablaba.
—Vuelves a alumbrarme el camino. Siéntate cerca te lo pido.
Y un último aliento a su caballo le dio, y en sus crines el anillo a ella regresó.
»Siento tu mirada amado mío, siento tu pesar, pero tú una promesa no has de romper y yo te prometo que la cumplirás, que para eso soy tu mujer.
Cabalgó su amada y hasta la batalla llegó. Y entre cuerpos destrozados, campos arrasados y pueblos abrasados. Entre todo ello la luna errante le guió y Allí a su amante encontró.
Lo llevó hasta su casa y allí lo enterró. Entre dos fresnos hermosos que crecen en su regato. Mirando al mar ese era su deseo.
—Los acantilados, las gaviotas y los renos, velarán por ti mi amado.
Más ella no pudo soportar su pena y de amor también falleció.
Cuentan que en noches en que la luna brilla, el mar sus sombras refleja como símbolo de amor.
Siendo tu luz que alumbra tu camino.
Pero un día la joven amante la luna de sangre vio y de esa, la última guerra su joven soldado ya no volvió.
Tiende la mano y le ve a su lado, en esas noches que no terminan. Coges mi alma amado mío yo quiero partir contigo.
El soldado mal herido en el campo de batalla a su señora llamaba y en un sueño hablaba.
—Vuelves a alumbrarme el camino. Siéntate cerca te lo pido.
Y un último aliento a su caballo le dio, y en sus crines el anillo a ella regresó.
»Siento tu mirada amado mío, siento tu pesar, pero tú una promesa no has de romper y yo te prometo que la cumplirás, que para eso soy tu mujer.
Cabalgó su amada y hasta la batalla llegó. Y entre cuerpos destrozados, campos arrasados y pueblos abrasados. Entre todo ello la luna errante le guió y Allí a su amante encontró.
Lo llevó hasta su casa y allí lo enterró. Entre dos fresnos hermosos que crecen en su regato. Mirando al mar ese era su deseo.
—Los acantilados, las gaviotas y los renos, velarán por ti mi amado.
Más ella no pudo soportar su pena y de amor también falleció.
Cuentan que en noches en que la luna brilla, el mar sus sombras refleja como símbolo de amor.
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