Un pequeño Ser.




Tronaron los cielos y las alimañas se estremecieron. Corrieron bestias y dueños a refugiarse tras sus muros, ignorando que la oscuridad se adueñaría de toda el mundo. 
Hasta la última grieta en la montaña más alta, no encontrarían escondite donde acabar sus días. 
Buscaron algún remedio para desafiar al nuevo Dios, que les devolviera a su antiguo señor, que sus vidas, ahora secuestradas por ese Ser, sediento de sus almas, se fuera, que no volviera, que supiera que no era deseado.
Gastaron hasta su última moneda de plata, arrojaron al fuego del abismo de los Dioses del averno a sus seres más queridos, en un intento de hacerles ver que querían volver a tener su antigua vida. Que regresaran sus antiguos amos, que aunque antes los odiaban, igual que los veneraban, los preferían al Ente que ahora los gobernaba.
Sacrificios y asaltos arrasaron la tierra. Muertes, violaciones y asesinatos asolaron los páramos. Rezando a dioses que antaño maldecían. Levantando santuarios con los huesos de sus ancianos. 
Se pelearon los Reyes y los plebeyos, se reunieron para proclamar que su Dios era el auténtico. Se declararon la guerra y en un ultimo desafío, se aniquilaron.
Tan sólo un ser salió victorioso de tal contienda. El mismo que les declaró el amor por su tierra. La oscura forma que no era otra, que sus almas que ya estaban podridas de tanta miseria. Y es así como un pequeño Ser venido de nuestro propio planeta, nos acorrala y nos domina, porque no somos capaces de ponernos de acuerdo ni para luchar contra nuestras conciencias.

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