Imagina
—Imagina un lugar donde descansar nuestros viejos huesos; imagina un río que fluye sin descanso; aguas cristalinas, sus orillas verdes y las más hermosas praderas. Campos repletos de flores y bosques tan espesos que la luz del sol no se atreve a traspasar.
»Imagina pastos en el que nunca te falte hierba que masticar; yeguas que esperan a su príncipe, a ti. Ese es nuestro hogar. Ya queda poco, viejo amigo. Ya veo la casa con el hogar encendido, mi esposa esperándome sentada a la entrada; una buena jarra de la mejor cerveza y el cordero más grande de la comarca sobre la mesa.
»Imagina, fiel amigo, noches de luz de luna y de incontables estrellas; cálidas madrugadas en las que descansar nuestros viejos cuerpos, sin más preocupación que el de comer, beber y retozar. Eso es lo que nos espera.
El caballo inquieto y cansado resoplaba. Miró a su amo y pareció entender lo que le pedía. Se levantó resollando, mientras el soldado acariciaba tranquilizándolo, intentando no tocar las flechas que atravesaban su cuerpo e ignorando las que le atravesaban a él.
—Eso está bien, compañero, será nuestra última batalla, después, nos espera Ávalon, nuestro hogar.
Caballo y jinete parecían volar. Atravesando cuerpos que luchaban por escapar. Saltando sobre los ya fallecidos y acabando con los que con ellos querían pelar.
Dos cuerpos errantes, muertos antes de que la luna les ilumine. Guerrero y montura; espada en mano y cascos contra armaduras.
Suena la trompeta de la victoria, pero ellos no escuchan más que la llamada de su Diosa.
Epona toca su cuerno, les llama a su encuentro y entran en el cielo esperado. Los soldados no ven más que una luz que les ha atravesado.
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