El de la esquina.
Ese era él, el que permanecía en silencio, lejos de todos y de todo, entre las sombras de la mazmorra del extraño ser en el que se había convertido. Un ser que se alejaba, cada vez más, del mundo exterior. El bicho raro del que todos escapan, del que huyen y al que temen.
Y no porque quisiera, sino porque el miedo, la ignorancia y la sociedad marginan al menos preparado o al que alguien o algo, como el azar, ha decidido que no debe formar parte del entramado que es el resto de los humanos, pero ¿qué es lo que les diferencia de nosotros? Si miras bien te das cuenta que… nada, no hay nada que los diferencie de nosotros, pero le ha tocado, igual que te podía haber tocado a ti, o a mí, pero le ha tocado a él. El animal más fuerte se aprovecha del débil para subir en la escala.
Su mirada era fría y distante, sus hombros estaban curvados hacia el suelo y su mirada siempre fija en sus pies, como si la tierra lo llamara y tuviera miedo a tropezar si levantaba la vista.
En su interior crecía el odio, pero no por las palizas recibidas durante y después de clase. No sentía miedo de ellos, no, eso ya había pasado a un segundo plano, ni siquiera le importaba los insultos ni las vejaciones, cuando le bajaban los pantalones y lo desnudaban delante de toda la clase que eran igual de culpables por no hacer nada. Lo que de verdad le hizo perder la razón fue darse cuenta de que sus «amigos» le habían abandonado, que preferían no juntarse con él para que el abusón de turno siguiera maltratándole y les dejara en paz.
Se sentía marginado por sus propios compañeros, aislado del resto, era un fantasma deambulando entre monstruos sin cabeza y sin corazón. Vivía siendo un puzzle, sintiendo que no encajaba, que su alma estaba hecha pedazos sin sentido.
Ahora le llamaban monstruo a él y sólo porque había echo justicia, su justicia, la justicia divina lo llamaba. Su cerebro había hecho «clak» y se rompió, podía haberse roto con la mirada fija en la pared o haberse roto y con él haber sucumbido en su guarida, como lo hacen cientos y miles de maltratados que acaban haciéndose daño para acabar con su sufrimiento, pero no, su cerebro reaccionó como reacciona un animal herido y se defiende atacando.
Nadie comprendía:
—«Ya decía yo que no era muy normal» —Decían unos, o—. «Si se veía venir, siempre estaba solo».
Yo, me enteré por las noticias: «Un loco con un machete y una escopeta de caza irrumpe en plena clase y mata a varios alumnos y al profesor para más tarde quitarse la vida. Nadie sabe que pasó por su cabeza. Según fuentes consultadas por este informativo el presunto asesino estaba en tratamiento médico».
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