La dama del sombrero negro.




Caminaba sin prisa dejándose mojar por la fría y fina lluvia. La gente escapaba corriendo por el inesperado aguacero, mas ella lo estaba esperando. Cada gota parecía llevar hasta ella un recuerdo varado en ese pasado del que huimos una y otra vez, pero la Dama del oscuro sombrero ya no escapaba, se enfrentaba a ellos.
Qué solitaria es la noche cuando el guerrero se siente solo, cuando todo y todos fallan, y solo él y su arma se enfrentan a la duda, así se sentía la Dama del sombrero negro.
Ya no volvería a dormir sobre esa cama, ya no regresaría para colocar su cabeza sobre la almohada, para no recordar, para no olvidar.
Ahora se perdía entre la penumbra, esperando… ¿Esperando qué? Se preguntaban los que por allí pasaban.
Ella llora en su rincón, donde las únicas que se atreven a mirarla son las ánimas que va dejando.
Ya no espera a que un nuevo día llegue y tras las sombras de la pared una lágrima recorre su tez, cada vez más pálida, cada vez más triste y más apagada.
Un claro se abre en el cielo y la Dama del sombrero negro cubre su rostro.
Ya no hay esperanza para la que ya no la quiere, para la que ya no la espera.
Alguien pasa bajo su larga sombra, alguien se acerca y la invita. Ella alarga su brazo y enseña sus cicatrices. Un brazo más blanco que la plateada luz de la fría luna de enero. Su tacto asusta al forastero, se aparta, pero ya es tarde. Hasta su mente llegan los recuerdos amargos de la Dama del sombrero negro, que como un martillo golpea su pobre cerebro. Ruedan sentimientos, se estrellan como polillas contra el ardiente cristal de una farola y cree morir, pero la verdadera muerte no le llega hasta que la triste Dama del sombrero negro no le succiona su sangre y más tarde, le pide que con su vida acabe.
Cae la última gota por su mejilla, cae la última gota por su cuello y la Dama del sombrero negro, se lleva el último recuerdo de ese ser, que en su agonía muere sin saber que ha vivido. Y ella se aferra a él para poder vivir una noche más, una eternidad más.

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