Un nuevo Dios.




¿Y si mañana no llega? ¿Y si el futuro está cerca? ¿Y si el hoy ya se fue? ¿Y si no hay futuro?
Caminamos por la vida enredados, y al final somos lo que dejamos. Somos recuerdos y triunfa el que nunca es olvidado.
El río asomaba golpeando con fuerza contra la esquina del puente. La lluvia no había cesado durante semanas y el agua bajaba imparable. Se sentaba en el pretil, con las piernas por fuera. El río parecía querer escapar y agarrarle.
La luz de las pequeñas lámparas de las fachadas del pueblo se reflejaba en los pequeños remolinos que se formaban en el torbellino del pequeño salto de agua.
Un ágil vencejo sobrevolaba rozando las pequeñas olas que se formaban, amenazando con tragarlo.
No había nadie cerca. —«Sería fácil saltar y nadie se enteraría»— pensó. Desaparecería para siempre. Pasaría a formar parte del río hasta que encallara en algún saliente y la tierra lo tragara y así sería el nutriente que alimentara las plantas, o llegaría hasta la mar, para ser engullido por los seres que la habitan. Así sería útil, pero no tenía el suficiente valor para hacerlo.
Se puso en pie enfrentándose al viento, abrió los brazos para recibir a la vida, el viento arreció y la lluvia pareció caer solo sobre él, como recibiéndole en un bautizo. Truenos, rayos y relámpagos parecían avisar al mundo de que un nuevo ser había nacido, que por fin un nuevo Dios estaba dispuesto a escuchar y vivir entre los humanos.

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