El contrato.




Bajo el manto de la noche, en el último pétalo de un verso de mil colores, acurrucados al cobijo del árbol, bajo la fina lluvia de un esperado abril. Ahí yacen, inmersos en esa ciudad de corazones, muriendo de soledad en sus calles, lejos, muy lejos, separados por multitud de brazos deseosos de abrazos.
Cuentan que en noches de novilunio, dos figuras errantes, buscan entre las sombras los besos y lamentos de los amantes. Pues ellos se alimentan de amores y desamores de los que yacen muertos en la calle o perdidos entre miles de sombras andantes.
Las ánimas de los dos amantes se alejan sin poder mirarse, pues la maldición les obligó a no tocarse.
Tan solo sueñan que si se apoderan de los cuerpos de esos a los que el amor acepta, podrán acariciarse antes de que el sol los alcance. Liberan besos que vuelan libres entre los jóvenes amantes. Llueven sentimientos que tras el invierno florecerán en vividos momentos y para cubrir el frío de su piel buscan el calor que desprenden al tacto de sus cuerpos desnudos
bajo la luz de la luna, cuando el placer de los cuerpos se funde.
Cuentan que les han visto besarse, entre las luces del alba amor eterno jurarse, y, así pasan la eternidad, persiguiendo sin descanso tan solo un momento, un segundo es lo que les concede el contrato.

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