Reencuentro.
... Durante el trayecto Gari no dejaba de darle vueltas sobre qué iba a contarle, de por qué se había ido sin ninguna explicación, aunque desde que se fue, él tampoco se había preocupado demasiado por averiguarlo. Ni siquiera una llamada, pero qué iba a reprocharle si había sido ella la que se había marchado.
El personal de limpieza deambulaba entre las habitaciones y cuando llegó, su puerta estaba abierta. Se quedó observando al que había sido su pareja durante tanto tiempo. Parecía dormir. No había nadie con él, aunque era pronto, pero Gari dudaba que algún familiar acudiera a cuidarle. Estaban todos lejos. Su hermano Alfonso, con el que más relación tenía, vivía en las islas Canarias, le resultaría complicado acudir, aunque conociendo a Antonio, Gari estaba segura de que ni siquiera lo sabría. Tendría que ser ella la que le llamara para contarle lo que le sucedía.
Su cabeza se giró y miró hacia la puerta, como si hubiera adivinado que le observaban. Ambos se miraron. Gari forzó una sonrisa que Antonio correspondió; su sonrisa sí era real.
Se arrimó para darle dos besos, algo que también le costó; a él le hubiera gustado besarla en los labios. Por un momento creyó que así sería, pero tan solo sucedió en su cabeza. El vello de la nuca se le erizó. Aún deseaba a esa mujer y si ella le dijera que quería volver se lo perdonaría todo.
—¿Cómo te encuentras? —Aunque no lo quería reconocer, aún sentía algo por ese hombre. Ignoraba si era amor, cariño o el simple hecho de haber pasado algunos años de sus vidas juntos.
—Ya ves. Deseando sacarte a bailar. —Rieron ambos de una manera artificial.
—¿Qué te ha dicho el médico?
—Que me vaya despidiendo de mis seres queridos, pero ya le he dicho que eso es fácil. No tengo a ninguno. Bueno, a ti, pero solo por mi parte.
—No lo hagas, Antonio. He venido para estar contigo, pero si empezamos a reprocharnos todo lo que hemos pasado no creo que aguante mucho.
—¿Reprocharnos? ¿Tienes algo que reprocharme?
—Ambos lo sabemos. La cosa no funcionaba. Sí, fui yo la que me largue, pero ¿cuánto tiempo crees que hubiese durado lo nuestro?
—Por mi lado para siempre. Ya me ves, este para siempre no hubiera sido mucho.
—Creo que llamaré a tu hermano y en cuanto llegue me iré. No quiero que mi último recuerdo contigo sea de esta manera.
—Lo siento, Gari. —Apartó la vista de ella y se perdió entre los tubos y hierros que asomaban en el tejado del hospital, que se veía a través de la ventana. Un par de gorriones jugaban entre ellos—. Tengo miedo —confesó al fin.
—Lo sé, y por eso he venido.
Cogió la silla negra de skay reclinable que estaba a su lado, que tan poco le gustaba y que le parecía un animal con sus fauces abiertas a punto de tragarla, y se sentó junto a él sujetándole la mano.
—Me alegro que estés aquí —dijo él sonriendo. Ella le dio unas palmaditas en la mano y se preguntó por Esperanza. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, algo le decía que pronto iba a necesitar que estuviera con ella, pero..., ¿cómo estar en dos sitios a la vez?...
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