Saldar cuentas.




... La tormenta ya había pasado, ahora era la calma que la precedía lo que la inquietaba.
El agua corría por toda la vereda, dispersándose por finos afluentes que discurrían para desembocar en un arroyo que perecía en el caudaloso río. Las nubes se dispersaban para ir dejando poco a poco paso a un claro día, y aunque la tarde se echaba encima el sol aún calentaba y un arcoíris con cinco tenues colores apareció ante ella.
No era lo que esperaba, siempre te dicen que los días tristes y melancólicos deben ser grises y lluviosos, así había sido hasta ese momento.
Se deshizo del chubasquero y salió para que el sol la calentara; alzó la vista mientras un tímido rayo solar incidía sobre ella. Aspiró profundo, como queriendo que aquel día quedara marcado en su mente; el aroma de lo rosales recién plantados le llegaron, al igual que ese inconfundible olor a barro durante una tormenta y a hierba recién cortada. Volvió a cerrar los ojos para recibir el tacto del trigo que crecía alto; sus manos recordaron esos años de juventud recorriendo los campos junto a su hermana. Corrió sin abrir los ojos durante unos segundos y cuando su memoria le dijo que parara, así lo hizo, aunque hubiera preferido no hacerlo y dejarse abrazar por el salto de agua que la esperaba.
Una fina lluvia proveniente de la catarata salpicó su cara y recordó aquel trágico día, entonces sus lágrimas se mezclaron con el río. Por eso había regresado, para saldar cuentas. Miró hacia atrás y la vieja casa la observaba desafiante, como si fuera un monstruo que se despereza tras una larga temporada dormido, y ve a su presa, a la que tanto tiempo lleva esperando... 

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